Literatura de humor

Se atribuyó a Homero una parodia de sus propias epopeyas, la Batracomiomaquia, y la comedia griega tuvo grandes humoristas en Aristófanes y Menandro; la segunda sofística ofreció humoristas tan grandes como Luciano de Samosata.

Durante la Edad Media, el humor no aparece desligado y autónomo, sino que sirve en el ámbito cortesano para atacar mediante la sátira (por ejemplo las gallegas Cantigas de escarnio e maldizer) o, en un ámbito religioso, como instrumento para deslizar una intención moral educativa en el sermón, y por eso es frecuente en los cuentos utilizados como exemplum: fábulas y apólogos recopilados en colecciones muy diversas, algunas de ellas de origen oriental y traducidas en España desde recopilaciones en árabe; constituye también un elemento muy importante en el refranero y la literatura tradicional, por la que algunos nobles empezaron a reunir colecciones paremiológicas, como por ejemplo don Íñigo López de Mendoza, que hizo una colección de refranes.

En Francia destaca especialmente Molière, si bien su comicidad pasa como difícilmente traducible a los demás idiomas.

Laurence Sterne es quizá el humorista más original del siglo XVIII, con su Tristram Shandy.

Destacan en el siglo XIX, Charles Dickens, Mark Twain, Ambrose Bierce y Oscar Wilde.

En España, prosigue su labor humorística durante este siglo el longevo Manuel Casal, pero tiene algunos discípulos como Francisco Camborda.

En este último género, conviene reseñar el éxito europeo de una obra como La Gran Vía.

En Italia, Giovanni Guareschi, autor de una divertida serie de novelas sobre un cura católico, don Camilo, y un alcalde comunista, Pepone, en un pueblo italiano durante la posguerra mundial, Dino Segre, más conocido como Pitigrilli y Darío Fo.

Ancho es el sendero de la torpeza, novela humorística de Marco Vinicio Aragonés.