Literatura LGBT de Ecuador

La literatura LGBT de Ecuador, entendida como literatura escrita por autores ecuatorianos que involucre tramas, temáticas o personajes que formen parte o estén relacionadas con la diversidad sexual, tuvo su más temprano exponente en el cuento «Un hombre muerto a puntapiés», publicado en 1926 por el escritor lojano Pablo Palacio y que se convirtió en la primera obra literaria ecuatoriana en tratar abiertamente la homosexualidad.[1]​ A pesar de que ambos cuentos muestran en primer plano la homofobia en la época, y en el caso del relato de Gallegos Lara incluso una victoria simbólica sobre la violencia machista, los narradores reproducen el discurso discriminatorio para referirse a sus personajes.También le revela al protagonista que las relaciones lésbicas eran muy comunes en ese tipo de colegios.[14]​ En las décadas siguientes aparecieron más textos con personajes LGBT, aunque muchas de las representaciones mantuvieron connotaciones negativas.[15]​ Pedro Jorge Vera también dio una visión negativa en su cuento «Los señores vencen» (1968), donde un joven homosexual que se suicida deja una carta a su padre en la que se refiere a sí mismo como «un monstruito repugnante» y «enfermo sin remedio».Sus padres se cuestionan avergonzados sobre los errores que pudieron haber cometido para tener un hijo así y se expresan de forma hostil cuando ven llegar al amante de su hijo, quien resulta el único que amaba al fallecido tal y como era.«Nuevas Lilianas», publicado en 1969, es marcadamente negativo en la representación: cuenta la historia del matrimonio de una mujer con un hombre que pronto se muestra como un sádico maltratador, que se casó con ella con la única intención de ocultar su homosexualidad.Ello ocurre en «Florencia», de Eugenia Viteri, pero también en cuentos como «Nuncamor» (1984), de Jorge Dávila Vásquez, y «Macorina» (1997), de Raúl Pérez Torres, donde la protagonista, quien se había casado con un hombre para ocultar su orientación sexual, decide dejar a su esposo y afirma, en relación con su sexualidad: «Ahora solo me conmueve la perversión, es decir lo que los moralistas llaman la perversión y yo llamo epifanía».[15]​ El nuevo milenio trajo consigo una marcada evolución en cuanto a representación de la diversidad sexual en la literatura ecuatoriana.[26]​[7]​ La novela ganó el premio Aurelio Espinosa Pólit, otorgado por la Universidad Católica del Ecuador.[6]​[28]​ Manzano, quien ya había abordado la homosexualidad femenina en su novela Y no abras la ventana todavía (1993) y en su cuento «George» (1999),[29]​ se refirió poco después de publicar la novela al riesgo que aún significaba el escribir un libro sobre esta temática en una sociedad como la ecuatoriana, que Manzano aseveró que «discrimina al diferente por el simple hecho de serlo».[6]​ El relato corto también vio un despunte en cuanto a representaciones positivas de personajes LGBT.[11]​ También se puede mencionar Mandíbula (2018), en la que aborda el inicio del enamoramiento entre dos chicas adolescentes y cuya traducción al inglés fue nominada al Premio Literario Lambda a la mejor novela lésbica;[12]​[34]​ y «Terremoto» (2020), un cuento sobre dos hermanas en una relación incestuosa.[36]​[37]​ La poesía homoerótica en Ecuador tiene entre sus más tempranos representantes a los poetas David Ledesma Vásquez, Ileana Espinel[38]​ y Francisco Granizo.Otros poetas ecuatorianos que han escrito desde la disidencia sexual en décadas posteriores son: Maritza Cino, Carolina Portaluppi, Roy Sigüenza[38]​ y María Auxiliadora Balladares.