Los obuses químicos eran más sencillos de dirigir al enemigo, pero no transportaban tanto gas como un cilindro.
Un día, durante un ataque en el Somme, la Compañía Z encontró a un grupo de soldados alemanes que estaban muy bien atrincherados.
Cuando estos fueron lanzados en la trinchera alemana, resultaron tan eficaces que Harry Strange, camarada de Livens, se preguntó si no sería mejor usar contenedores para transportar el fuego contra el enemigo en lugar de un complejo lanzallamas.
[13][14] Reflexionando sobre el incidente, Livens y Strange consideraron cómo un mortero podía lanzar un gran proyectil lleno de combustible.
[16] El trabajo de Livens atrajo la atención del General Hubert Gough, que impresionado por sus ideas le suministró todos los materiales necesarios para su gran lanzador.
Las primeras versiones tenían un corto alcance y era necesario situar los lanzadores a 183 m en la tierra de nadie.
Se podía iniciar con rapidez un bombardeo sin necesidad de recargar, tomando por sorpresa al enemigo.
Aunque cada lanzador solo podía dispararse una vez durante un bombardeo, el arma era lo suficientemente barata como para ser desplegada en cientos o miles de unidades.
[26][27] Como regla general, los lanzadores eran emplazados a campo abierto, a corta distancia detrás de la línea del frente, para que su excavación, apuntamiento (ya sea por observación directa o mediante brújula) y conexión de los cables eléctricos fuese más sencilla.
Usualmente, cientos o hasta miles de lanzadores Livens eran disparados al unísono durante un ataque para saturar las líneas enemigas con gas venenoso.
El lanzador Livens inspiró a los alemanes la creación de un aparato similar, conocido como Gaswurfminen.