Comenzó su carrera como pianista (apareciendo en público a la edad de ocho años) en Italia.
Además tomó clases de composición con Goffredo Petrassi, también trabajando con Pietro Mascagni durante este período.
En sus últimos años, Gardelli volvió a colaborar estrechamente en la Ópera Estatal de Hungría.
Estas incluyen Alzira, Attila, Stiffelio, I masnadieri, Ernani, Oberto, Un giorno di regno, Il corsaro, así como obras más conocidas como Nabucco, Macbeth, La traviata, La forza del destino.
Destacaba por un magnífico control del sentido rítmico y por un fraseo melódico muy acertado, salpicado de rubatos donde el discurso musical lo requiere, lo que ayudaba enormemente a los cantantes para conseguir la expresividad necesaria.
[1] No fue considerado una estrella de la dirección, como su gran coetáneo Carlo Maria Giulini, pero era considerado un director seguro y muy disciplinado que potenció las carreras de muchas figuras líricas gracias a sus grandes conocimientos del arte vocal.