Siguiendo una estructura narrativa dividida en sesenta y un capítulos, la obra narra la conjura que intentó realizar Lucio Sergio Catilina en el año 63 a. C. —y que le costara la vida— con el fin de instaurar una dictadura en Roma.
La obra, compuesta probablemente entre 43 y 40 a. C.,[3] se conservó a través de códices medievales.
La edición impresa más importante es la Editio princeps (publicada en Venecia en el año 1470); entre las ediciones modernas está la de A. W. Ahlberg (Gotemburgo, 1911-1915) y la de A. Ernout (París, 1946), en los que aparece con los títulos Bellum Catilinae (o también en la variante De bello Catilinae[4]) —como es conocida en los países anglosajones— Bellum Catilinarium o Liber Catilinarius; muchos estudiosos sostienen el título De Catilinae coniuratione, recuperando la expresión del capítulo 4:3 de la monografía: La elección del título tiene un valor preciso: el término coniuratio[5] lleva todas las connotaciones y juicios negativos que Salustio nutre en relación con lo que narrará.
Largo espacio se concede al contexto social y político, dentro del cual, con Catilina, van surgiendo otros personajes que serán famosos en el período inmediatamente posterior.
En este momento se presenta una nueva digresión histórica, centrada en un intento precedente de conjuración que el mismo Catilina había realizado,[14] demostrando que él no era ajeno a tal clase de actos.
capítulo 25)—, enrola un ejército cerca de Fiesole, compuesto en su mayoría por desesperados y gente caída en la miseria.
Catilina, derrotado en las elecciones a cónsul, atenta sin éxito contra la vida de Cicerón.
Después del discurso del cónsul recién elegido, Décimo Silano, favorable a la condena a muerte, se contraponen los discursos de César y de Catón el joven: el primero desea una condena más leve, mientras que el segundo sostiene la necesidad de aplicar la pena capital (capítulos 50-52).
Esto se debe en gran parte a la técnica del «retrato paradojal», un método que Salustio usa para tratar y describir personalidades combatidas por grandes pasiones, en las que se unen grandes vicios con virtudes excepcionales.
Un fin heroico, buscado por él mismo, combatiendo sin casco en la batalla y un aspecto noble, casi de estatua: son imágenes profundamente arraigadas en la mentalidad romana.
Durante la batalla, Catilina murió, pero fue una muerte honrosa, digna de un héroe épico.
La diferencia sustancial era que el historiador, dado su pasado y su condición social, no habría apoyado jamás una solución distinta de la moderada y respetuosa legalidad en relación con la clase senatorial.
[11] El escritor no pierde ninguna ocasión para subrayar la preocupación de César por la legalidad.
Partiendo de premisas análogas (la tradición y la prisca virtus, la antigua virtud del pueblo romano), Catón llega a conclusiones opuestas: pide y sostiene la pena capital para los conjurados.
Cuando el historiador escribió la monografía, ambos habían desaparecido trágicamente: César asesinado por otros conjurados; Catón se suicidó.
César porque ha ofrecido a Salustio la protección política gracias a la cual, durante sus diversos encargos públicos, se ha podido enriquecer; Catón porque el escritor siente una gran admiración por su política rigorista[26] Salustio los compara en el célebre debate en el Senado, aprovechando la oportunidad de exaltar las dotes de estos magni viri: la generosidad, el altruismo y la clemencia de César (Salustio subraya su «misericordia» y su munificenti); la austeridad, el rigor, la moderación y la severa firmeza (integritás, severitás, innocentia de Catón); dos claros ejemplos de virtudes opuestas, pero complementarias e importantes para un político romano.
El eminente historiador Ronald Syme llegó a la conclusión, tras reflexionar acerca de éste pasaje y los precedentes, que «ambas personalidades unidas eran cuanto se requería para la salvación de la república».
[28] Durante toda la historia no encuentra un amplio espacio, como se esperaría, la figura de Cicerón, que en sus célebres Discursos contra Catilina (las Catilinarias), había exaltado tanto sus propios méritos en el descubrimiento y en la represión de la conjuración.
Salustio añade que tenía una «buena dosis de humorismo», subrayando otras cualidades útiles para el bienestar de la república y no para atentar contra ella (cf.
Salustio hace una lista detallada en el capítulo 17; entre estos se encuentra Manlio, Cayo Cetego, cuya descripción se limita a pocos adjetivos en el capítulo 43, Curio y la amante Fulvia.
Salustio no estuvo animado solo por motivos de carácter artístico e histórico, como sostiene en el proemio de la obra, sino que se dejó llevar por el clima político vigente, componiendo un «libelo muy polémico y tendencioso».
[33] Sin embargo, lo dicho es el pensamiento madurado por la crítica menos favorable al escritor y, aunque no se puede rechazar completamente, se atenúa: Es obvio que las ideas políticas de Salustio han influenciado su modo de valorar a los personajes y los sucesos; esto no significa que sea un falsificador con mala fe, listo para alterar fechas y noticias con tal de subrayar su orientación ideológica.
Su estilo está fundado en la inconcinnitas[37] y se origina en dos ilustres modelos: el historiador griego, Tucídides (en particular su obra sobre la guerra del Peloponeso) y su predecesor Marco Porcio Catón, el Censor.
Salustio evita volver a proponer los efectos dramáticos del estilo trágico tradicional y prefiere suscitar emociones partiendo de una descripción realista del evento (definido por algunos como «sobriedad trágica»).