Conjuración de Catilina

Catilina se postuló varias veces por el consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas.

Mientras el malestar de la población se dejaba sentir por los campos romanos, Catilina hizo los preparativos finales para la conjura en Roma.

Sus planes incluían los incendios y la matanza de senadores, tras los cuales se uniría al ejército reunido por Manlio.

La idea era que, al estallar la revolución, cruzasen los Alpes con su caballería y se unieran a los sublevados.

Umbreno expuso a los embajadores de los alóbroges toda la conjura, incluyendo nombres, fechas, planes y lugares.

Cinco de los líderes conspiradores escribieron cartas a los alobroges para que los delegados mostraran a su pueblo que existía una esperanza en esta conjura, pero estas cartas fueron interceptadas en su camino hacia la Galia en el puente Milvio.

La sesión senatorial del 5 de diciembre fue decisiva: en ella Catón solicitó la pena de muerte para los conjurados, que Cicerón aplicaría inmediatamente pese a la brillante defensa realizada por César, quien dijo: Los cinco conspiradores fueron ejecutados sin juicio en la prisión del Tuliano.

Se le cortó la cabeza y ésta fue llevada a Roma, como prueba pública de que el conspirador había muerto.

«Que las armas cedan ante el rango de la toga de la paz». Cicerón no dejó que nadie olvidara nunca su afirmación de que en el 63 a. C., con la derrota de la conjuración de Catilina, él había salvado la República.
Cicerón ataca en el Senado al conspirador Catilina (fresco del siglo XIX de Cesare Maccari ).