[7] Fue examinado en 1587 para ingresar como abogado en la misma Chancillería, recibiendo la correspondiente licencia y poco después fue elegido por Pedro de Castro como su jurisconsulto de cámara.
Junto a su hermano Almerique, presbítero y provisor que también residía en Granada, intervino en los trabajos relacionados con los hallazgos en el monte de Valparaíso y en la torre Turpiana y participó activamente en la junta que definió como verdaderas las reliquias encontradas.
Siendo deán, dio acogida al licenciado Francisco de Velasco, un antiguo soldado, y más tarde cura, que adoptó en sus últimos años una vida de ascetismo y penitencia, siendo conocido generalmente por el «cura santo de San Matías», y que murió en 1622 estando cobijado en casa de Antolínez.
[11] La obra fue estructurada en tres partes: La primera con la historia de la iglesia en Granada desde sus orígenes hasta 1588, año en que murió el arzobispo Juan Méndez Salvatierra.
[15] Hizo entrada solemne en la diócesis el 22 del mismo mes y año,[5] encontrándola en un estado poco satisfactorio, según carta dirigida al Sacromonte en la que expresaba su descontento, preocupación y quejas por diversos asuntos que debió enfrentar recién iniciado el pontificado: La indisciplina de los canónigos, cuyo coro se producía sin orden y que no querían tener constituciones impresas ni normas para su gobierno; los muchos pleitos que se planteaban en la diócesis; los clérigos que no sabían leer; la falta de confesores; la abundancia de causas de nulidad matrimoniales; la «facilidad con que matan muchos clérigos»; y la falta de colaboradores, pues según las constituciones diocesanas los cargos habían de recaer en catalanes, aragoneses o valencianos y Antolínez no encontraba entre ellos personas bien formadas en quienes confiar.