Aunque se confundan como sinónimos las palabras justa y torneo, las armas empleadas en estas contiendas eran diferentes.
En las justas se empleaban armas verdaderas ofensivas y defensivas, resultando a veces los combatientes gravemente heridos e incluso muertos.
Desde los tiempos más antiguos se conocieron en todos los pueblos guerreros esos combates o pruebas de fuerza, valor y destreza.
En casos extraordinarios se designaban sitios en campo raso, publicitando los combates a cuantos caballeros o campeones quisiesen acudir a medir sus armas con el mantenedor del palenque, es decir, al retador de la justa.
También con el paso del tiempo las justas como los torneos eran una costumbre regularizada según las necesidades guerreras.
Presenciaban el combate nobles (véase nobleza ) respetables por sus hazañas y edad, ora en calidad de jueces, ora para impedir que se quebrantasen las leyes generales de hidalguía, que todo buen caballero estaba obligado a observar.
También había ordenanzas especiales comprendidas en los capítulos de las justas para decidir a quien correspondía el premio del vencimiento y dirimir las controversias que pudieran suscitarse entre los interesados.
Los contendientes disputaban el premio que las damas daban que consistía comúnmente en una banda ricamente bordada en un joyel u otra prenda, cuyo principal mérito estaba en haber sido ganada con valentía, gallardía y esfuerzo (se ha de tener en cuenta la mentalidad de la época).
Estos actos que revestían gran solemnidad y eran presenciados por multitud de personas a quienes se prohibía toda demostración de aplauso ni reprobación a fin de evitar el desaliento en los que sufrieron reveses o acaso para impedir desórdenes en el evento (se evitaba así que el público congregado se solviantase).
No obstante esto cuando las justas se ordenaban por simples particulares había más libertad entre los espectadores.
Aprobado este cartel por la autoridad que en ocasiones era el rey mismo (a veces la justa se verificaba donde residía la corte) se publicaba con música y de noche, llevando la multitud hachas encendidas, precediendo los heraldos y acompañados de jinetes que eran seguido del numeroso pueblo y el cartel quedaba fijado en paraje público (lo que hoy sería pegar carteles publicitarios).
Los jueces mandaban a un heraldo publicar en alta voz las leyes del duelo y los capítulos especiales de la justa.
Los farautes repetían el reto y los jueces tomaban juramento a cada lidiador de combatir con lealtad.
Concluida la lucha, era lícito dar muestras de aplauso, pero no mientras permanecía indeciso el triunfo.