En los siglos XIV y XV la adarga fue utilizada por la infantería y caballería cristiana hasta que en el siglo XVI se hizo general el uso de armas de fuego.
Aun así siguió en uso en el siglo XVII en combates de caballería entre la nobleza peninsular, porque en aquellos tiempos se tardaba muchísimo en recargar un arma, y la espada y la lanza siguieron siendo importantes hasta la aparición de la bayoneta.
"La más a propósito para cañas ha de ser grande, de medio arriba tiesa y de medio abajo blanda porque se pueda doblar sobre el anca del caballo.
Doran las adargas y las platean por dentro; parecen mejor de hierro blancas..." Para el juego de alcancías, se cubrían de madera delgada para hacerlas saltar en pedazos.
[1] Las que se conservan en la Real Armería española, de más de un metro de altas, tienen el frente cubierto con prolija y fina ornamentación primorosamente bordada en sedas de diversos colores e inscripciones cúficas, ofreciendo un aspecto artístico muy original y valor decorativo.