Durante tres meses, su amigo Nonell dibujó tipos afectados de cretinismo que al volver expuso en Barcelona y, más tarde, en París.
En especial se interesó por el mundo de los gitanos y, en general, por los bajos fondos.
El narrador se mostrará omnipresente a lo largo de su obra y le dará coherencia.
Con Josep Plana y Dorca (1856-1913), Vallmitjana se acercará al movimiento teosófico.
Sus creencias espirituales se reflejarán en parte de su obra, en general como testigo de la marginación y de los marginados de la sociedad barcelonesa y concretamente, en cuanto al pensamiento teosófico, en su primera obra dramática, Els oposats, y en El corb: la primera en que los protagonistas encarnan el bien, pero restan incomprendidos por aquellos a quien quieren redimir, y la segunda en la cual el protagonista hace frente a un ambiente familiar hostil a sus creencias espiritualistas.
Este cambio de orientación se empezó a manifestar en Muntanyes blanques, en que la acción pasa en los Pirineos.
Bastante de pasiones y conflictos trágicos, se tiene que hacer a las comedias amables, más del gusto burgués.
El mundo marginal que pinta le aporta unos valores que la sociedad del momento no le ofrecía, es un testigo directo de una parte muy concreta de la sociedad barcelonesa, a quien da la palabra.
En la primera se exalta la vida comunitaria de los más humildes, en contraposición al interés y el egoísmo del mundo artístico barcelonés: pintores, galeristas y críticos del momento, especialmente los de la Sala Parés.
Hacia 1910 empezará a conocer la fama; la calidad, así como la aceptación popular, de su obra mejora en gran medida y la producción literaria, especialmente la dramática se dispara.
Su enfoque va a caballo entre la indignación y la piedad, en una actitud que podríamos denominar regeneradora.