Fueron tan singulares los progresos del muchacho en todas las disciplinas, que sobrepasó a todos sus condiscípulos y se creyó conveniente enviarlo de nuevo a París, al Liceo Louis-le-Grand, donde también estudiaba Voltaire, y pasó los ocho siguientes años.
Escribió una prolija Gramática latina en verso con comentario en prosa, lo que le valió elogios como humanista.
Su discurso de entrada en la primera versó Sobre la imperfección de los diccionarios que, junto con sus trabajos como director del gran Diccionario latino-español que el gobierno le había mandado redactar, es su principal contribución a la lexicografía.
También convenció al padre Enrique Flórez, gran amigo suyo, para que comenzase su monumental España sagrada.
Destacan quizá sus epigramas, de los que compuso ciento catorce, y de los que dejó esta definición: Construidos en verso octosílabo, por lo general redondillas o cuartetas asonantadas, y con estética neoclásica, como el epigrama dedicado a Góngora: "Del obscuro Licofrón / mereces, Góngora, el nombre; / que si él fue griego entre griegos, / tú eres griego entre españoles".