Iucunda semper expectatione

Iucunda semper expectatione (en español, En la siempre gozosa espera) es la quincuagésima quinta encíclica de León XIII, y la octava que dedica al rosario.

[2]​ Concedió además especiales indulgencias para los fieles que participasen en esas ceremonias.

El papa comienza recordando el origen del rosario en defensa de la fe ante la herejía, de los frutos que esta devoción ha proporcionado a la Iglesia, y como esos resultando debe movernos a una mayor devoción, siendo conscientes del papel de la Virgen como medianera de la gracias divina: Sobre esta convicción pasa la encíclica a considera los misterios que se contemplan en el rezo del rosario: enumerando ordenadamente cada uno de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos.

Comenta después las oraciones vocales que acompañan a cada misterio, y el sentido que tiene la repetición del avemaría, como un modo de sostener las peticiones que contiene, siguiendo -explica el papa- la invitación del Cantar de los Cantares: "Suene tu voz perpetuamente en mi oído; porque es dulce el sonido de tu voz"[6]​ Este modo de rezar necesariamente proporciona confianza en el auxilio de María, como expresa la oración de San Bernardo: "¡Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que cualquiera que acudiera a vuestras protección, implorando vuestro auxilio, o pidiendo vuestros socorro, haya sido abandonado de vos!

La excelencia del rosario, desde estos dos puntos de vista -oración vocal y meditación- hace comprender -indica el papa- su insistencia en esta devoción: .A ese motivo se une las afrentas que se hacen a la Virgen, la profanación del nombre del Salvador; ante esos hechos, repetidos en distintas ciudades de Italia, han reaccionado los obispos, que protestado ante esas ofensas, han advertido a su pueblo de la gravedad de esos hechos y han exhortado a reparar.