La historia del teatro de México comenzó a tener tal sentido dramático en el mestizaje con la cultura europea.
Los españoles utilizaron los autos sacramentales como una herramienta para la evangelización de los pueblos indígenas; llegando a la conformación de las pastorelas y creando elementos plásticos como la piñata para ejemplificar el sentido religioso del espectáculo.
En este sentido, no se considera teatro al ritual que se generaba en la época prehispánica por no contar con la intención y sentido otorgado tal como lo fue para los griegos antiguos.
En Mesoamérica el ritual que se ejecuta pudo haber llegado posiblemente a crear un teatro propiamente americano, pero no tuvo oportunidad en tiempo para que ocurriera de forma autónoma, en su lugar ocurrió la conquista por parte de España intentando borrar toda herencia cultural indígena imponiendo su cultura al nuevo territorio.
Cada primavera los mortales subían por las laderas hasta su templo para pedirle a Tláloc piedad hacia sus cultivos de maíz.
Así, en 1524 llegaron a México los primeros misioneros franciscanos y con ellos se inició el proceso evangelizador.
El proceso exigió un aprendizaje doble: al tiempo que se enseñaba español a los indios, los sacerdotes aprendían las distintas lenguas.
No se sabe con exactitud quién fue el primer franciscano en recurrir al teatro como método de conversión al cristianismo pero existen documentos que prueban que, en 1533 en Tlatelolco, se representó un auto sacramental sobre el fin del mundo.
El gusto por el teatro se propagó rápidamente e incluso llegó a utilizarse como una oportunidad para hacer nombramientos de virreyes y celebraciones religiosas o cívicas que eran acompañadas de autos sacramentales, entremeses y pasos.
El ideal evangelizador del misionero quedaba así enterrado, como la sociedad que representó en atrios y plazas públicas.
Un papel importante en la creación y difusión artística, fue el desempeñado por las nuevas instituciones académicas y educativas que, a pesar de centrar su atención en lo que Europa producía, fomentaron los ánimos nacionalistas.
[6] Algunos de los mejores representantes de este género fueron: Leopoldo Beristáin, Lupe Rivas Cacho, Roberto Soto, Joaquín Pardavé, Delia Magaña, Armando Soto Lamarina, Manuel Medel, Mario Moreno y Jesús Martínez[4] La carpa donde comúnmente estaban representadas estas sátiras eran recintos donde se rompía la cuarta pared que separaba al actor del público para poder establecer un diálogo improvisado con el personaje que se encontraba en el escenario.
[4] Aunque la en su mayoría los asistentes eran la clase obrera, gracias a que los precios eran de fácil acceso.
Trascendente fue la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes —INBA— (1946), con sus departamentos en distintas disciplinas artísticas.
[4] Autores como Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Jorge Ibargüengoitia, Héctor Mendoza, Carlos Prieto, Rafael Bernal, Alonso Anaya; representan el esplendor del nuevo ciclo del teatro mexicano.
[4] Los dramaturgos que destacaron como nuevos hacedores de teatro fueron: Óscar Liera (1946 - 1990), Carlos Olmos (1947 - 2003), Luis Mario Moncada (1963 - ) y Felipe Santander (1935 - 2001), entre otros.