Sigue cobrando importancia, llegando a ser, como reino independiente, una de las taifas más prósperas.
Estos últimos dieron cobijo a piratas, convirtiendo al puerto no solo en la envidia sino, también, en el terror de sus enemigos.
Alfonso VII, “el Sultancillo”, como le llamaban despreciativamente los almerienses, devastó Almería y destruyó sistemáticamente las industrias de la ciudad en 1147.
Los jefes genoveses se apropiaron del “Sacro Catino”, una gran fuente de esmeralda finamente tallada a seis puntas en la que, según la tradición, Jesucristo sirvió el cordero en la última cena.
Tras diez años de dominio castellano, hasta 1157, los almohades lograrían recuperar la ciudad e intentan devolverle su antiguo esplendor, sin conseguirlo.
Estos terremotos y la esquilmación demográfica hacen que apenas haya mención a Almería hasta la modernidad.
En esos años, mantuvieron su importancia las antiguas poblaciones de Abdera, Urci y Baria.
Quedan pocos siglos para que Almería alcance su primer cénit histórico, político y socioeconómico.
Con posterioridad, en el año 965, se construye una Mezquita Mayor como lugar de oración y recogimiento.
No obstante, aunque breves, estos diez años supusieron una ruptura insalvable en el crecimiento de la Almería musulmana.
La primera fase destacable va así pues desde la fundación oficial de la ciudad en 955 hasta 1147, y la segunda desde 1157 a 1489.
Se ha escrito mucho sobre el origen del nombre de la ciudad y provincia.
El movimiento indaliano, siempre tan idealista, pensaba que Al Mariyyat querría decir en árabe "Espejo del Mar", pero es mucho más probable que el topónimo provenga de la palabra "al miraya", "torre vigía".
Reinó durante la segunda mitad del siglo Almotacén (o Al Mutasim) (1052-1091), el rey poeta, que enriqueció la corte con literatos y científicos.
La taifa almeriense terminó con la invasión almorávide, pero la ciudad continuará siendo un auténtico emporio comercial muy codiciado por los cristianos.
En el siglo XIII, pasa a formar parte del reino nazarí de Granada, siendo gobernador Abbu-i-Abbas, quien intentó reconstruir la ciudad sin demasiado éxito.
Especialmente funesto fue el sismo de 1522, que destruyó la ciudad casi completamente y redujo la población a tan solo 700 habitantes que se asentaron en torno a la catedral de nueva construcción.
La segunda mitad del siglo XVI estuvo marcada en toda la provincia por el levantamiento y posterior expulsión de la población morisca.
Los moriscos, extensa comunidad de religión y cultura musulmanas a la que se había permitido permanecer en la península previa conversión, veía sin embargo sus derechos y su dignidad continuamente negados desde la firma de las Capitulaciones.
Vuelve más adelante Abén Humeya a Laujar donde crea una casa real con vocación dinástica (ya había sido Laujar de Andarax asiento real con Boabdil a principios del siglo XVI), pero es asesinado, víctima de sus propios colaboradores en una oscura intriga palaciega.
Se reemprende así la expulsión de la población musulmana, que culminará con Felipe III.
No podemos pasar página y siglo sin mencionar al otro gran morisco almeriense, Yuder Pachá.
Aún hoy se aferran a su origen andaluz, utilizan palabras castellanas y recuerdan al conquistador que fundó su dinastía, un cuevano, Yuder Pachá.
Los siglos XVII y XVIII son quizá los más desconocidos de la historia almeriense.
En efecto, muchas de las costumbres, tradiciones, juegos o vestimentas nacen durante estos 100 años.
En 1640 se edita el primer libro en Almería, a instancias del obispo José de la Cerda, lo que lentamente va abriendo el camino a nuevas iniciativas que vendrán con los ecos de la Ilustración.
Como anécdota, decir que estaban éstos relacionados con una sociedad secreta, la Santa Hermandad, de inspiración comunera.
En efecto, Almería se derrama fuera de sus murallas, que terminan siendo derruidas casi completamente en 1855.
[3] Tras el suceso se llevaron a cabo diversas actuaciones en las ramblas de la zona.
[4] El lugar que ocupa la actual provincia de Almería es, en palabras del prestigioso historiador y arqueólogo Luis Siret, "un impresionante museo natural".