Tuvieron su apogeo con las reformas navales de la dinastía borbónica, que integró a los corsarios privados en codependencia con las armadas reales, sistema que capitanes como Blas de Lezo ayudaron a desarrollar.
[1] Entre los principales corsarios se hallaban Miguel Enríquez, Juan Corso y Nicolás de la Concepción.
[4] Aunque muy inferiores a los buques de línea británicos enviados para contrarrestarles, éstos raramente lograban encontrarles o darles caza.
[2] Sus tripulaciones eran tan variopintas como el propio imperio español, compuestas por blancos, negros, indios, mestizos y mulatos, y empleaban a renegados de todas las naciones volcados al servicio de España, con capitanes como Turn Joe, Richard Holland y Jelles de Lecat, un antiguo teniente del inglés Henry Morgan.
[2] A lo largo del siglo XVIII, los guardacostas hispánicos eran ya la principal medida defensiva del imperio español contra la piratería,[2] especialmente a causa de la implicación española en las diversas guerras europeas, que absorbían sus recursos navales.
[6] La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, fundada en 1728, también obtuvo permiso para fletar corsarios y contribuir a ello.
[1] En 1740 se fundó además en Cuba la Real Compañía de La Habana, que obtuvo permiso para armar y desplegar corsarios guardacostas.
Durante la Guerra, los guardacostas avituallaron la ciudad a expensas del tráfico mercante británico, y sus saqueos de ciudades costeras inglesas llegaron a alcanzar objetivos tan lejanos como Carolina del Sur y Delaware,[6] donde las patrullas locales creadas en respuesta resultaron de poco éxito.
Fue en 1788 que los corsarios transicionaron finalmente hacia una verdadera guardia costera bajo el gobierno de Manuel Godoy, decretándose su instrucción en 1803.