Esta época estuvo dominada por una concepción teocrática del derecho público, en la que se oponían los Hohenstaufen a la facción de los güelfos.
En 1245, el papa Inocencio IV había tomado la iniciativa de deponer al emperador Federico II.
Federico murió cinco años después y el papado no pudo imponer a un príncipe güelfo como sucesor.
Al morir el emperador Federico II en 1250, dio comienzo una etapa de luchas internas, revueltas ante un poder inexistente.
Se convocaron Cortes en Castilla para recaudar dinero que hiciera posible al rey luchar por el trono imperial, pero las Cortes castellanas le denegaron el dinero al considerar que la aspiración del rey castellano era algo personal.