Por otro lado, el regreso a Roma se hacía imposible por las divergencias políticas entre familias que mantenían en pie de guerra la ciudad.Los cardenales hicieron saber a las autoridades civiles que, si continuaban las presiones, la elección no podría considerarse válida.En cambio, el cardenal Orsini considera que, debido a la situación de presión, la elección podría ser inválida y por tanto vota en contra.Luego convoca a siete obispos para evitar que se conociera la noticia antes de tiempo.Al comer, se renueva la votación y 12 cardenales votan a favor de Prignano.La confusión era enorme y en medio de ella los cardenales abandonaron el palacio papal, siendo incluso agredidos.Cuatro de los electores, precisamente los italianos, son los únicos que se quedan en Roma.El 9 de agosto el grupo de Anagni endureció su posición y comenzó a buscar apoyos políticos pues era evidente ya que Urbano no cedería, ni consentiría que se celebrase un nuevo cónclave.Al parecer el apoyo del rey francés fue decisivo para los cardenales de Fondi: se le achaca haberlo hecho porque quería que los papas volvieran a Aviñón y por su parentesco con el finalmente elegido papa, Clemente.Comenzó la «guerra de legados» que ambos papas enviaron a todos los reinos y señoríos.Tras Francia, el condado de Saboya y Escocia se alinean con Clemente.[9] Como se ha mencionado anteriormente, en la península itálica tanto Fondi como Nápoles se unen desde el inicio a los cardenales contrarios a Urbano y luego al papa Clemente.Las universidades también se dividieron, en general las que sostenían el nominalismo pasaron al papa Urbano.El caos era tremendo, muchas diócesis con dos obispos, monasterios con dos abades, órdenes religiosas con dos generales, parroquias con dos párrocos, etc.[10] Tras el cónclave de Fondi (1378), la reina Juana de Nápoles se adhirió al grupo que seguía al antipapa Clemente VII pero esta era la opción menos popular entre la población, que quería un papa italiano.Para ello, la reina adoptaría a Luis I como hijo y el papa Clemente reconocería oficialmente la adopción, luego este se haría con un ejército que entraría en Nápoles y desde allí comenzaría la guerra contra Urbano.Algunas universidades famosas como las de Oxford, Salamanca y París fueron los principales núcleos del conciliarismo.Dado que el rey de Francia, impulsado por el Conde de Anjou, buscaba la solución por la fuerza del cisma, hizo presión para acallar las voces favorables al concilio: los profesores terminaron por abandonar la universidad y trasladarse a ciudades del imperio donde podían seguir enseñando sus tesis tanto conciliaristas como nominalistas.El cisma se recrudeció en la sede de Roma, a Bonifacio IX, le sucedió primero Inocencio VII (1404-1406) y luego Gregorio XII (1406-1415).En 1407 se estuvo a punto de dar una solución al problema, los dos papas de entonces, Gregorio XII y Benedicto XIII, acordaron encontrarse en Savona, para abdicar conjuntamente y dar paso a una nueva elección.Sin embargo, los dos se arrepintieron y no estuvieron dispuestos a ceder el poder.En ese punto los perfiles se dirigían más hacia la solución de un concilio ecuménico, superior al papa.Los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente y eligieron como nuevo papa a Pedro Philargés, franciscano, humanista, profesor en Oxford y en París, de origen cretense, quien tomó el nombre de Alejandro V.En Italia, continuó la lucha en Nápoles y Roma, el embrollo llegó a su colmo.Tomada Roma por Juan XXIII y saqueada por Ladislao de Durazzo, aquel celebró en ella un nuevo concilio.Francia se mantenía desgarrada por la contienda entre los borgoñones y los Armagnacs (netamente galicanos).El 9 de diciembre del mismo año, Juan XXIII confirma la convocatoria, creyendo que podía ser en beneficio suyo.[18] Ya solamente quedaba Benedicto XIII, y Segismundo viajó a Perpiñán para reunirse con él, pero no pudo vencer su intransigencia.Las otras naciones protestaron, por el contrario, contra toda demora en «hacer desaparecer la anomalía de una Iglesia sin jefe».[21] Aunque el foco central de la cultura siguió estando en manos de los clérigos, se observó una cierta secularización evidente en el laicismo humanista, cuyos primeros esbozos empezaron a aparecer en esta época.
En el mapa se puede apreciar la división en la que se vio inmersa Europa durante el Cisma de Occidente. Unos reinos dieron su obediencia al papa de Aviñón (en anaranjado), otros al papa de Roma (en azul) y otros, según la conveniencia, cambiaron de bando una o más veces.
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