Para ello fue fundamental el fracaso de la construcción de grandes imperios (poderes universales) en un entorno geográfico de costas muy articuladas (entre el Mediterráneo y el Atlántico) que permitió la individualización de espacios y el protagonismo de los occidentales (Portugal, España, Francia, Holanda, Inglaterra) en la construcción de la economía-mundo, mientras que los centrales y orientales alojaron las unificaciones nacionales ―Italia y Alemania (construidas desde la "primavera de las naciones", 1848)― y los imperios que pervivieron hasta la Primera Guerra Mundial (Imperio austrohúngaro, Imperio turco, Imperio ruso).
Cuáles sean "la nación más antigua", "el pueblo más antiguo" o "el idioma más antiguo" son asuntos de muy frecuente tratamiento en la bibliografía y los medios de comunicación,[5] con distintos enfoques (racista, casticista o etnicista,[6] tercermundista, indigenista, etc.) que desde el punto de vista científico son claramente pseudo-problemas, dado el evolucionismo característico de la lingüística o de la antropología contemporáneas.
Ya Heródoto[7] recoge la leyenda egipcia de cómo Psamético pretendía descubrir cuál fue la nación más antigua encerrando a unos recién nacidos en un corral de cabras y prohibiendo que nadie les hablase, para que sus primeras palabras fueran sin duda las de la lengua primigenia: como dijeron algo parecido a "beccos", que es "pan" en frigio, creyó que estos serían la nación más antigua, aunque también es ese sonido el que emiten las cabras.
[8] Una pretensión similar (averiguar la lengua de Adán) se ha atribuido también al emperador alemán Federico Barbarroja (1122-1190) y a las especulaciones de la pedagogía progresista sobre los niños ferales (lo que se denomina el "experimento prohibido").
Si se vuelve a pulsar, lo hace en orden cronológico inverso.