Inspirado en creencias populares que atribuían propiedades medicinales a la sangre humana y la manteca infantil, a cambio de 3000 reales reveló la supuesta cura de la tuberculosis que aquejaba a Francisco Ortega el Moruno: beber sangre y untarse las mantecas de un niño.
Allí le rajaron la axila, le extrajeron la sangre, que el Moruno bebió de inmediato mezclándola con azúcar y luego Leona llevó al niño al campo y lo asesinó aplastando su cabeza con una roca, y a continuación le extrajo la grasa y el epiplón, que aplicaría al pecho del enfermo.
Cuando la Guardia Civil investigó el caso, todo el pueblo señaló a Leona.
Leona inculpó a Julio Hernández, y finalmente confesó el crimen.
Francisco Leona fue condenado en 1910 a morir por garrote vil, pero murió en la cárcel.