Monseñor de Fleury, en principio su protector, se volvió contra él interrumpiendo su futura carrera eclesiástica.
Bernis escribía en sus memorias: Hasta los 35 años escribió y publicó poesía galante, lo que le valió que Voltaire le pusiera como mote "Babet la ramilletera" o "Belle Babet".
La Serenísima no era, en aquel tiempo, un lugar importante, la ciudad era conocida, sobre todo, por sus cortesanos y sus carnavales.
Bernis vivía lujosamente, su cocinero era famoso, toda Europa pasaba por Venecia para divertirse y todo aquel que tenía un nombre era invitado a la casa del embajador de Francia.
Realmente, Bernis gustó siempre de una vida colmada de placeres sobre la que deliberaba: Cuando mis amigos me reprochan el despilfarro que hago, yo les respondo: "yo invierto mi dinero a fondo perdido, es una contribución muy ventajosa, por lo mucho que me reportará en abadías y dignidades".
En 1755, se pensó en él como embajador de España, un prestigioso cargo, y fue reclamado desde Versalles.
Plantó viñedos, construyó caminos, hizo caridad y se reveló como un excelente administrador.
Y pudo, gracias a los copiosos beneficios eclesiásticos, llevar una vida acomodada.
El Papa Clemente XIII murió pronto: se convocó un cónclave y Bernis partió para Roma.
La Compañía atravesaba, en aquellos momentos, por una situación peligrosa: estaba prohibida en Portugal, en España y en Francia, el nuevo Papa tendría que encargarse de su disolución.
Bernis, enemigo de la Revolución, presionó al Papa para que condenara la Constitución civil del clero.
Bernis siguió disfrutando de la misma influencia en Roma, pese a no sustentar ningún cargo oficial.