Dividido todo el territorio andalusí en una serie de reinos taifas, se considera que la fitna llegó a su fin con la abolición definitiva del Califato en 1031, aunque varios reyezuelos siguieran proclamándose califas.
Al morir en 976 el califa Al-Hakam II dejó como único heredero a su hijo Hisham II, todavía menor de edad, lo que planteó un grave problema sucesorio porque la ley islámica prohibía que un menor pudiera ser califa.
Sin embargo, el personaje más poderoso de la misma, el visir Yaáfar al-Mushafi, se opuso a esta alternativa y ordenó a Muhammad ibn Abi Amir que acabara con la vida de Al-Mugira.
Galib murió en el campo de batalla y Muhammad Ibn Abi Amir quedó como hayib único.
Sin embargo Almanzor siempre mantendrá un respeto absoluto a la legitimidad omeya del califa Hisham II y su gobierno se atendrá a este principio, como lo demostraron la gran ampliación que se llevó a cabo bajo su mandato de la mezquita de Córdoba o la reactivación de la guerra santa contra los reinos cristianos del norte para la que reclutó guerreros a caballo bereberes del norte de África — para pagarles Almanzor tuvo que aumentar los impuestos, lo que provocó un descontento creciente entre la población andalusí.
[3] Almanzor murió en el verano del año 1002 y le sucedió como nuevo hayib su hijo Abd al-Málik al-Muzáffar, quien siguió respetando la legitimidad omeya del califa Hisham II, aunque este siguió detentando un poder meramente formal.
[1] Los soldados bereberes reaccionaron proclamando como nuevo califa a otro miembro de la familia omeya, Sulaiman al-Mustain.
En noviembre de 1009 consiguieron entrar en Córdoba y deponer a Muhammad II al-Mahdi, quien no pudo oponer mucha resistencia con el ejército de artesanos y tenderos que había formado — así en pocos meses se habían sucedido tres califas.
Cuando en la primavera de 1013 los bereberes lograron entrar en Córdoba, con su califa Sulaiman al-Mustain encabezándolos, la ciudad fue objeto del pillaje y el saqueo, y muchos de sus habitantes fueron asesinados, incluido el propio califa Hisham II.
«Esta inyección de riquezas que tenían procedencias meridionales pronto se reflejó en iglesias y monasterios.