Ante la llegada del ejército musulmán, las tropas cristianas se aprestaron a defender la villa, y tras oír misa salieron al encuentro de aquellos; Fernán Antolínez, vasallo de García Fernández, permaneció en la iglesia, según era su costumbre, hasta que hubieron acabado todos los oficios religiosos.
Al salir, Antolínez fue informado por su escudero de que la batalla había terminado, y avergonzado por no haberse hallado junto a sus compañeros, marchó a su casa, temiendo que le tachasen de cobarde.
Sin embargo al encontrarle los caballeros cristianos, con el conde al frente, le felicitaron y agradecieron efusivamente su participación en el encuentro, que había terminado con una contundente derrota de los musulmanes: el caso era que mientras Antolínez rezaba en la iglesia, su ángel de la guarda había ocupado su lugar en la batalla, lo cual pudo verificarse por hallarse en sus armas y en su caballo los daños recibidos durante la lucha.
Otras versiones de esta historia aseguran que éste ya era su nombre con anterioridad al encuentro.
[11] Fernán Antolínez fue enterrado en la iglesia de la Virgen del Rivero, donde todavía se conserva su sepultura.