Durante esta época, posterior a las Guerras Napoleónicas, el estado de las finanzas no permitía grandes gastos.
Los gobiernos franceses se contentaron con algunos encargos destinados a estimular el mercado y con regalos diplomáticos.
París siguió siendo la capital del lujo, particularmente en las industrias de la orfebrería, el bronce, la tabletterie[1] (talla en hueso) y la pintura sobre porcelana.
[2] Limitados en sus posibilidades de gasto, los reyes del periodo se tuvieron que limitar a continuar las obras iniciadas por el Imperio o efectuar trabajos imprescindibles en los palacios reales u otros edificios públicos.
La arquitectura religiosa recibió un nuevo impulso a causa de la renovación católica del reino.
[15] El repertorio ornamental se inspiraba a la vez en los estilos Luis XVI, Directorio e Imperio: palmetas, rosaces,[16] roleos (rinceaux), candelabros, grifos, liras, cisnes, delfines, cornucopias.
Todos estos motivos tenían tendencia a agotarse; las proporciones ya no eran tan armoniosas.
El cajón superior, más pequeño, se da en forma de ojiva invertida y constituye un bandeau[19] bajo el mármol gris, blanco o negro.
Los piètements (la parte baja, que comprende esencialmente los pies, sobre la que generalmente se apoyan el châssis o el assise),[20] son en trípode, en barril (fût), en lira, en patas de león, en S y algunas veces curvos.
En esta época aparece la voltaire,[23] con un respaldo alto rellenado con una curvatura a la altura de los riñones que le hace muy confortable.
Las sillas (chaises) tienen la misma ornementación que las butacas, aunque es más frecuente el respaldo calado.
Los taburetes (tabourets), con piètement en X que soporta un asiento rectangular, son numerosos y ligeros; a veces tienen elegantes accotoirs (apoyos para los brazos)[26] vueltos hacia el exterior.