Tras su hallazgo, como producto del expolio arqueológico que padeció la escultura ibera a principios del siglo XX, fueron vendidas por el arqueólogo Pierre Paris al Museo del Louvre.
La esfinge que está en Madrid retornó en 1941 en la misma operación que permitió a España recuperar la Dama de Elche, la Esfinge de Agost y parte del Tesoro de Guarrazar.
Al igual que otras, como la Bicha de Balazote, se considera que formaba parte de un conjunto funerario turriforme similar al Sepulcro de Pozo Moro.
El carácter de estas esculturas, dotadas de un significado mágico, era apotropaico (es decir, defendía el monumento funerario frente al expolio y protegía la memoria del difunto) y psicopompo (un vehículo para conducir el alma del difunto al mundo de ultratumba).
Por sus rasgos estilísticos se fecha su cronología a finales del siglo VI a. C..