Estas escrituras se usaron con seguridad, como mínimo, desde el siglo V a. C. (quizás desde el s. VII a. C. según algunas hipótesis), hasta finales del siglo I a. C. o principios del s. I d. C. y fueron el principal vehículo de expresión de las lenguas paleohispánicas.
Excepto el alfabeto greco-ibérico, que es una adaptación del alfabeto griego jónico, el resto de escrituras paleohispánicas comparten una característica tipológica distintiva: presentan signos con valor silábico, para las oclusivas, y signos con valor alfabético, para el resto de consonantes y vocales.
Las escrituras paleohispánicas se pueden agrupar en dos grandes grupos, meridional y nororiental, puesto que, aunque ambos grupos utilizan un repertorio de signos similar, se diferencian claramente por los valores que los signos representan.
Sobre su origen no hay consenso: para algunos investigadores su origen está directa y únicamente vinculado al alfabeto fenicio, mientras que para otros en su creación también habría influido el alfabeto griego.
Las inscripciones que usan los signarios nororientales (escritura celtibérica y escritura ibérica nororiental) han aparecido fundamentalmente en el cuadrante nororiental de la península ibérica, representan el 95% del total conservado y muy mayoritariamente se escriben de izquierda a derecha: Las inscripciones que usan los signarios meridionales (escritura tartésica y escritura ibérica suroriental) han aparecido fundamentalmente en la mitad sur de la península ibérica, representan el 5% del total conservado y muy mayoritariamente se escriben de derecha a izquierda: Las inscripciones que usan el signario greco-íbero han aparecido en una región reducida del sureste de la península ibérica, fundamentalmente en lo que sería la actual provincia de Alicante y alrededores.