Segunda epístola de Pedro

El verso inicial identifica al autor como Simeón Pedro, empleando la forma aramea de Simón.Con todo, hoy prácticamente todos los especialistas admiten que se trata de un pseudónimo, y que la carta se compuso probablemente a mediados del siglo II.[1]​ Es una carta católica, es decir, universal, que se dirige a los cristianos en general.La epístola nombra solemnemente a Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo (1,1) como su autor, y el escrito alude constantemente a esta precisión.Se dirige «a los que han tenido una fe tan preciosa como la nuestra» (1,1).Como escrito final de la edad apostólica, la carta se dirige a los paganocristianos.En dicho caso, se pueden tomar en cuenta las comunidades de Grecia, Macedonia o Asia Menor.No se cuenta con datos precisos para situar cronológicamente esta epístola.Tampoco es posible datarla en la época en que vivió Pedro, que sería durante la persecución de Nerón, hacia el año 65, además de trasladar a Roma su origen.Por estas razones se debe situar la carta a finales del siglo I o al comienzo del siglo II, más allá del período subapostólico en que se data 1 Pedro y en que se elaboró la Carta de Judas.Aquí cabe un poco de espacio a elementos gnósticos, por ejemplo, la importancia dada al conocimiento (1,2-4.6.8; 2,20; 3,18).Estilísticamente[3]​ es un escrito detallado, un poco abigarrado y que hace mucho énfasis en subrayar al lector la importancia de temas que al escritor le conviene presentar.Termina, como resultado de lo dicho anteriormente, siendo un texto duro y relativamente directo.Se trata del género llamado discurso de adiós o testamento.Es común, dentro de la literatura veterotestamentaria, descubrir personajes que heredan un testamento espiritual a sus sucesores o descendientes.Pero el título cristológico más utilizado es el de "Salvador” y sobre ese título se formula la pregunta ¿cómo reconocemos a Jesucristo Salvador entre tanto mensajero falso?El saludo inicial traza ya este recorrido cristológico de la fe cristiana (1,1-2).La fe cristiana en Jesús Señor y Salvador está fundamentada en dos voces autorizadas: En primer lugar, por la de los profetas (3,2) y, en segundo lugar, la de los apóstoles (3,15-16).Dos voces que no se contradicen, encuentran su unicidad en el origen inspirador: el Espíritu Santo (1,20-21), punto convergente que evidencia la voz de los falsos profetas, sus doctrinas y prácticas.Toda la tradición bíblica confirma la certeza del juicio de Dios y encuentra su cumplimiento en la experiencia cristiana.Hay un paralelismo que abarca prácticamente todos los versículos, aunque las fórmulas empleadas varíen.
Final de la primera epístola y comienzo de la segunda en el Papiro 72 .
San Pedro (representado como un cónsul romano).