Tradición apostólica

Conviene subrayar que, en este caso, aunque encontramos analogías con el fenómeno general humano de la tradición, hay diferencias netas: en primer lugar, porque lo que se transmite no es una simple adquisición humana, sino las verdades y la vida divina comunicadas por Dios; en segundo lugar, porque la transmisión misma no es un acontecimiento meramente humano, sino algo que se realiza bajo una peculiar asistencia divina, que libró a Israel y, de modo especialísimo, libra a la Iglesia de caer en deficiencias de transmisión.

Estos tres elementos llevan a una segunda definición, más concreta y completa: «la Tradición es la divina revelación no consignada en las Sagradas Letras, sino enseñada de viva voz por Cristo o dictada por el Espíritu Santo a los apóstoles como fundadores de la Iglesia para que ella se conserve y perpetúe.» Ramírez Dulanto presenta dos clases de divisiones en la Tradición: esencial, por causas intrínsecas, o accidental, por causas extrínsecas.

Cabe un ejemplo para aclarar este último concepto, que puede tomarse del apóstol San Pablo: «A los casados, en cambio, les ordeno —y esto no es mandamiento mío, sino del Señor— que la esposa no se separe de su marido.

Atendiendo al segundo elemento, el principio objetivo, o sea el contenido, la Tradición suele dividirse por su relación a la Sagrada Escritura: en constitutiva, si lo que ella transmite no se halla en modo alguno en la Sagrada Escritura (v. gr.

No solo los Evangelios lo muestran predicando y no escribiendo, sino que la misma forma precisa, y por consiguiente fácil de retener, que Jesús daba a sus palabras estaba destinada desde el principio a ser recibida en la predicación de los discípulos.

[19]​ Pablo apela en estos casos a una Tradición recibida y transmitida como algo fundamental en su argumentación.

[28]​ La acción siempre presente de Cristo y del Espíritu Santo se ejerce en relación con una transmisión apostólica.

Por lo demás, los escritos mismos remiten a una Tradición que les precede y en cuyo interior se sitúan.

Las epístolas pastorales son testimonio del modo y la forma como se lleva a cabo.

Estas iglesias tienen sus credenciales en las listas de Obispos que se remontan hasta los Apóstoles en una sucesión ininterrumpida».

El Concilio de Trento quiso, frente a todo ello, reafirmar los principios que la Iglesia había vivido siempre.

Son dos canales, dos cauces por medio de los cuales nosotros nos ponemos en contacto con la única fuente que es el Evangelio del Señor.

Durante las discusiones habidas en el Concilio para la elaboración del Decreto, los Legados defendieron una y otra vez la existencia de unas tradiciones no escritas con la misma autoridad que los libros sagrados.

Por último, conviene señalar que el Concilio fundamenta la autoridad de las tradiciones en dos puntos: uno es la sucesión apostólica y otro la acción del Espíritu Santo.

Ahí está, en su raíz, el núcleo de la doctrina católica al respecto, a partir del cual cabe desarrollar amplias consecuencias.

No obstante, en la mayoría de los casos usan la palabra en su sentido restringido, entendiendo por Tradición la doctrina que la Iglesia ha conservado sin consignar en los libros sagrados.

Y además porque no solo los Apóstoles sino la Iglesia en toda su historia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo.

Para los teólogos de esta época existen verdades relativas a la fe contenidas en las tradiciones que no están en la Escritura.

En la escuela que se desarrolla en torno al Colegio Romano, cuyo nombre más destacado es Franzelin, aun sin desconocer la parte que corresponde a los fieles en la conservación del depósito, se insiste sobre todo en la transmisión objetiva por el Magisterio.

La fuente cognoscitiva es el Magisterio, la Tradición es la referencia por la que se justifica (así, con matices diversos, Bainvel, Billot, Deneffe, Filograsi, Michel).

En toda la exposición Pío XII se refiere al depósito de la fe como contenido «en las Sagrada Escritura y la divina Tradición».

[79]​ Como se ve, el Concilio quiere dejar claro la insuficiencia del principio protestante de la sola Scriptura, pero no decide algunas cuestiones debatidas entre los autores católicos sobre la mutua interconexión entre Tradición y Escritura.

Al Magisterio vivo le corresponde, por consiguiente, conservar, transmitir y explicar auténticamente la doctrina recibida de los Apóstoles.

Habiendo ya sido estudiadas las propiedades y modo de ejercicio del Magisterio en la voz correspondiente, no es necesario extendernos más aquí.

S. Ireneo habla de «la salvación que muchos pueblos bárbaros poseen escrita sin tinta ni papel por el Espíritu Santo en su corazón y así guardan la tradición antigua con cuidado creyendo en un solo Dios».

Lumen gentium declara que mediante el sentido de la fe, los fieles «se adhieren indefectiblemente a la fe transmitida a los santos una vez para siempre, penetran más profundamente en ella mediante un juicio recto y la aplican más plenamente a la vida»[85]​ Toda esta acción la realiza el Pueblo de Dios con dos condicionantes: El Espíritu Santo está presente en toda la Iglesia y la instruye en todo;[86]​ y así el Concilio Vaticano II declara que si los fieles no pueden engañarse en su creencia cuando manifiestan un asentimiento universal en las cosas de fe y costumbres, ello es debido a la unción del Espíritu Santo.

[94]​ Posteriormente, S. Agustín designa con este nombre a S. Jerónimo, que no era obispo, teniendo en cuenta su doctrina y santidad.

Por otra parte, nadie puede negar cuán preciosas enseñanzas se derivan de la praxis litúrgica, p.

Por eso Pío XII pudo llamar a la Liturgia «el espejo fiel de la doctrina transmitida por los antiguos».

Por otra parte, la Liturgia, siendo ritual, tiene gran poder de conservación, porque el rito es fijo, se transmite y practica como tal.