Tan satisfecho está de su situación vital, que escribe con antelación su propio epitafio, haciendo constar que fue feliz sin necesidad de conocer al rey.
[9] Las similitudes son obvias: «Aquí yaz Juan Labrador/ que por jamás al Rey vido,/ a nadie envidió, ni ha sido/ testigo, reo ni actor;/ mozo y con su igual casó,/ hijos y nietos gozó,/ sin deuda, un sustento asaz;/ con su mujer vivió en paz/ y cual cristiano murió».
[11] Por otro lado hay un cuento popular francés sobre un carbonero y el rey de Francia, que fue recogido en una versión por Antonio de Torquemada en su obra Coloquios satíricos (Mondoñedo, 1553).
Al final le recompensa con la exención de impuestos a su gremio.
Estas composiciones poéticas se acompañaban de música y danza, lo que daría a la representación un carácter de comedia musical, como lo tenían generalmente las obras del teatro barroco español.
Algunas de estas canciones están tomadas del folclore, como sucede con el romance «A caza va el caballero»; otras son recreaciones a partir de canciones populares, en las que Lope introduce variaciones; otras son creación original del dramaturgo inserta en el estilo de la lírica tradicional.
Uno de los aciertos de Lope es haber sabido convertir en sustancia dramática la oposición entre aldea (representada por Juan Labrador) y corte (por el rey), encarnada en dos férreas personalidades.
[17] La lección (ya Baltasar Gracián destacaba en su Agudeza y arte de ingenio esta obra de Lope, asimilándola al género didáctico, por constituir una «fábula moral»)[18] ha sido cuestionada por algunos críticos, como Bruce W. Wardropper (1971),[19] por suponer un castigo excesivo al villano.
La arrogancia de dar por feliz toda su vida cuando aún falta mucho para que se acabe es el «pecado» por el que es «castigado» Juan Labrador: el de soberbia, más allá de su comportamiento, en la parte que corresponde al orden político, asocial.
Así como el amor iguala a Otón y a Lisarda, pese a la desigualdad de sus orígenes sociales (cuyo movimiento inicial lo lleva a cabo Lisarda al acudir a la corte al comienzo de la obra), el rey y sus vasallos deben vivir en armonía, y la negativa de Juan Labrador a ver al rey la rompe, por lo que el propio monarca se ve obligado a descender al ámbito villano para restablecerla yendo él en persona a visitarlo, aunque en su primer encuentro este no sepa que está viendo al rey; lo cual desmiente otra de las premisas que el labrador grabó en su epitafio antes de morir: «ni vio la corte ni al Rey» (v.
Este tema, la reunión de los contrarios mediante el amor, se ejemplifica, según Wardropper, en una adivinanza o enigma que plantea Lisarda y resuelve Costanza:
[22][17] Dos son las principales refundiciones que se han elaborado a partir del drama lopesco.