El Hortelano

En 1972 comienza a participar en exposiciones colectivas y a publicar en revistas alternativas del momento como Star, Ajoblanco, El Viejo Topo, Triunfo, etc.[2]​ Con veintiún años hace el servicio militar en Madrid.

En esta época produce cuadros, dibujos, ilustraciones para revistas, diseños de telas y objetos.

En su obra de estos años recurre a juegos formales haciendo hincapié en la similitud de los elementos que pueblan o limitan la bóveda celeste —lunas, nubes, edificios— con aquellos que llenan la estancia o rodean habitualmente al hombre.

El reflejo inmediato de ello se aprecia en sus obras, imágenes que transmiten una profunda soledad y silencio.

Se pinta su ausencia, su imprevista desaparición, dejando la chaqueta que los calentaría en el respaldo de la silla, los zapatos y el mapa con los que hacer camino, sobre la mesa, una naranja a medio pelar y otras enteras, como una vida sin terminar de disfrutar.

[14]​ El optimismo inunda un lienzo de gran tamaño, un espacio abierto y luminoso.

El protagonista, un autorretrato de su alma, camina alegre, despreocupado, pero decidido a hacerlo hacia delante.

El movimiento como en un remolino o una línea ascendente parece unir con un hilo invisible tanto a personajes pletóricos de pasión e ilusiones, como a animales –sobre todo insectos y aves– que buscan hacer camino, que flotan en un espacio indeterminado que acentúa el carácter onírico de las escenas.

Entre tanto, la movida había quedado perfectamente definida y consolidada como movimiento artístico conocido en todo el mundo.

Le conceden la beca de Artes Plásticas del Comité Conjunto Hispano-Norteamericano para residir y trabajar en Nueva York.

Visita Pompeya, Florencia, Nápoles, Sicilia, la isla de Estrómboli, Asís, etc. Renueva su amor por la naturaleza que le inspiran sus paseos por los parques romanos, sobre todo Villa Pamphili.

Sigue su homenaje al universo y al ser humano, continúan las imágenes de gran lirismo protagonizadas por el hombre solitario y los diminutos seres que pueblan la tierra en su relación con el cosmos.

En las once obras que forman parte del primer conjunto, ramas de árbol atraviesan como pálidos corales y algas flotantes el lienzo estrellado.

[21]​ En 1998, junto al pintor Darío Álvarez Basso, se interna en la India, Nepal, los Himalayas y Jordania.

Termina el tríptico Mar Rojo, que se convertirá en la gran obra de esta última etapa.

Partiendo de la huella dejada sobre el lienzo por la mano impregnada en óleo, el Hortelano crea imágenes nuevas y frescas que surgen como las visiones sagradas y místicas de un chamán.