E Supremi

El papa ve que ha sido llamado para regir la Iglesia en un momento especialmente grave, pues Ante esta situación, el papa se acoge a Aquel que puede confortarlo y declara que "en el ejercicio del Pontificado, Nos tendremos un solo propósito de 'instaurar todas las cosas en Cristo',[1]​ a fin de que 'Cristo sea todo y en todos'[2]​ '".

Este camino que lleva a Cristo pasa a través de la Iglesia, por eso recuerda, con palabras de San Juan Crisóstomo "tu esperanza, tu salvación y tu refugio es la Iglesia"; es necesario para ello conducir a los cristianos a la antigua dignidad de las leyes y de la enseñanza del evangelio.

Para alcanzar este objetivo ha de ponerse todo empeño en formar a Cristo en los sacerdotes[a]​, que están llamados formar a Cristo en todos los fieles; corresponde pues a los obispos conducir al clero a la santidad, y esto exige que abandonen todas las ocupaciones mundanas; cuidar la formación que se da en los seminarios; y elegir con cuidado los candidatos al sacerdocio, "no olvidando lo que Pablo escribe a Timoteo: 'no tengas prisa para imponer las manos a alguno',[3]​ considerando atentamente que con frecuencia los fieles serán como aquellos que destinaste al sacerdocio" (n. 11).

La labor pastoral del clero debe tener en cuenta la necesidad de formar a todos los fieles: Es esta una tarea -la formación religiosa de los fieles- en la que los sacerdotes deben contar con la colaboración de todos los fieles, pues Dios ha encomendado a cada uno el cuidado de su prójimo,[6]​ debiéndose empeñar en esta labor bajo la guía y la dirección de los obispos (n. 14).

Concluye el papa la encíclica invocando el copioso socorro de la gracia divina, e impartiendo a los obispos, a quien dirige esta encíclica, al clero y su pueblo la Bendición Apostólica (n. 16).