Las personas que no tenían ejecutoría de nobleza eran gravadas en sus bienes y se les conocía como pecheros.
Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, el tratamiento don proviene del latín domĭnus (propietario o señor), término que también dio origen a la palabra dueño.
Puede considerarse equivalente al uso del término «tío» en la jerga callejera española o «güey» en la mexicana.
Cuando el hidalgo Alonso Quijano adopta el nombre de don Quijote de la Mancha, Sancho reflexiona sobre ese don, que no tenía derecho a usar quien hasta ayer era solamente merced.
Medio siglo después, cuando los monarcas españoles necesitaron aumentar sus ingresos, pusieron en venta tanto los títulos de hidalguía como el derecho al uso del don/doña.
El uso del tratamiento se generalizó por simple asentamiento en los registros parroquiales de bautismos, confirmaciones, casamientos y sepulturas, así como en muchos cabildos.
Aunque este abuso causó que algunas audiencias americanas intimaran al cumplimiento de las ordenanzas reales, el uso parece haber continuado según la práctica americana de la época del se acata, pero no se cumple.
[2] En la práctica, ya que no había registros especiales que autorizaran su uso, el tratamiento fue otorgado por consenso de los pares y denotaba la pertenencia al nivel social más alto, sea en lo político (cargos militares, de cabildo, de gobernación o virreinato) o en lo económico (grandes comerciantes y encomenderos).
En las Provincias Unidas del Río de la Plata (actuales Argentina y Uruguay), por ejemplo, se otorgó el tratamiento de don a los esclavos libertos que lucharon contra los españoles realistas.
Aunque en el pasado se ha escrito habitualmente con mayúscula inicial por motivos de respeto, hoy día debe escribirse con minúscula inicial, al igual que con todos los tratamientos, tanto cuando precede al nombre propio (doña Analía, don Luis) como cuando va sin él (¿Cómo se encuentra, don?).