El Señor acoge la dedicación y la asistencia de estas mujeres (cfr v.
3), que correspondían así a los beneficios recibidos (v.
No sólo en este pasaje, sino en todo su relato —aquí y, después, en el libro de los Hechos—, San Lucas recogerá, más que los otros evangelistas, la presencia de las mujeres en la obra del Evangelio.
[2] De modo especial, el tercer evangelista recuerda el papel trascendental de María Santísima (cfr notas a 1,5-2,52), pero es también quien evoca a Marta y María, cuando acogen al Señor en su casa (10,38-42), a las mujeres que se conmueven ante el sufrimiento de Cristo (23,27-31), a las que están con la Madre del Señor y el grupo de los Apóstoles (Hch 1,14), o a las que como Tabita (Hch 9,36) o Lidia (Hch 16,15) servían a sus hermanos en la fe, etc.
En la Iglesia la mujer y el hombre gozan de igual dignidad.