Ellos se entendieron a sí mismos como encontrándose en contacto íntimo con él y con los otros, bajo la guía del Espíritu-Paráclito.
Eran conscientes de su relación con otros creyentes con los que esperaban estar en una eventual unión.
Su piedad encontró expresión distintiva en un corpus literario reflexivo que exploró nuevas formas de expresar la fe en Jesús.
La comunidad joanina del siglo I legó a la Iglesia universal su corpus literario distintivo y estimación de Jesús, que llegó a dominar el desarrollo de la ortodoxia cristiana posterior.
Otros representantes del cristianismo joánico, nutriendo hebras alternativas de tradición, influyeron en diversos movimientos del siglo II, caracterizados por sus oponentes y la mayor parte de la erudición moderna como «gnósticos».