La mayoría de las afecciones no requieren ni son tratables con una intervención fetal, excepto en el caso de los defectos anatómicos, para los cuales es posible reparar el útero y puede ser un beneficio importante para el posterior desarrollo y supervivencia del feto.
Estos riesgos son mayores que los de una cesárea optativa, debido a lo que se explica a continuación: Por lo general, se administran tocolíticos para impedir el trabajo de parto; sin embargo, éste fármaco no debe administrarse si el riesgo es más alto para el feto dentro del útero que fuera de éste, como puede suceder en el caso de una infección intrauterina, del sangrado vaginal anormal y del sufrimiento fetal.
[2] La cirugía fetal abierta, en muchos aspectos, es similar a la cesárea que se realiza con anestesia general, excepto por el hecho de que el feto sigue dependiendo de la placenta y vuelve a ser colocado en el útero.
Por lo general, los bebés que han sido sometidos a este tipo de intervención nacen prematuros.
[2] Los defectos del tubo neural (NTD), que pueden observarse a partir del día 28 de gestación, ocurren cuando el tubo neural del embrión no cierra de forma correcta, el cerebro y la médula espinal que se encuentran en desarrollo están expuestos al líquido amniótico y, junto con esto, el sistema nervioso colapsa.
Las técnicas para la cirugía fetal fueron desarrolladas por primera vez en la Universidad de California, San Francisco, en 1980 en modelos animales.
[9] Se han logrado nuevos avances en los años posteriores a esta primera intervención.
El uso de nuevas técnicas ha permitido tratar otros defectos mediante procedimientos quirúrgicos fetales menos invasivos.