En este contexto, surgió la costumbre recurrente entre la élite paulista de honrar a los amigos y familiares difuntos con tumbas monumentales, acordes con su importancia social, como forma de perpetuar tras la muerte la distinguida posición social adquirida en vida.
La creación de nuevos cementerios durante este período -como Araçá (1887), el Quarta Parada (1893) y el Chora Menino (1897)- permitió la "estratificación social" del negocio funerario.
Obras encargadas a Victor Brecheret, Bruno Giorgi, Luigi Brizzolara, Galileo Emendabili y Nicola Rollo, entre otros, harían del Cementerio São Paulo un importante punto de referencia para el arte sepulcral brasileño.
Una comisión creada durante el segundo gobierno del alcalde Jânio Quadros (1986-1988) identificó 180 piezas de importancia artística en el lugar.
Muchas obras funerarias llaman la atención por sus características osadas para las circunstancias de la época, mostrando desnudos, sensualidad y símbolos paganos.
Representa un hombre vigoroso y joven inclinándose sobre la esposa muerta dándole un apasionado beso de despedida.
Es un conjunto en bronce representando una mesa con un pan en la que se sientan el viudo y el hijo junto a una silla vacía.