La ley fue aprobada pero levantó las suspicacias del Comité de Seguridad General que ni siquiera había sido consultado durante su redacción.
(…) No se presentó a la atención pública más que una farsa mística y un sucesión inagotable de sarcasmos indecentes o pueriles».
Peter McPhee apunta razones personales —su quebradiza salud había empeorado, tal vez agravada por el miedo a ser asesinado; la ruptura entre su hermana Charlotte y su hermano Augustin había sido un duro golpe para él— y políticas —según McPhee, «vivía sumido en la amargura por los rumores y las calumnias» que se reflejaban en las cartas anónimas amenazadoras que recibía en las que se le calificaba de «dictador», «tirano», «monstruo», «verdugo», y en los rumores que por ejemplo le atribuían haber ordenado guillotinar a los «cómplices» de Cécile Renault para ocultar una aventura amorosa—.
Por el contrario «había ocasiones en que Robespierre intervenía personalmente para proteger a determinados individuos».
A continuación lanzó su ataque frontal: «Se nos confundirá con los indignos mandatarios del pueblo que han deshonrado la representación nacional, y nosotros compartiremos sus crímenes dejándolos impunes.
[37] Lo mismo afirma David Andress: «Ninguno de los presentes ignoraba a quiénes estaba acusando.
Quizá sólo estuviera pensando en seis o siete personas, pero había muchos más con motivos para temer».
[32] André Drumont gritó: «¡nadie quiere mataros [Robespierre], sois vos quién está masacrando a la opinión pública!».
Aquel hecho constituía un claro desafío a la autoridad de la Convención, aun cuando, por el momento, pasase inadvertido».
Tras aprobarse un decreto sobre las pérdidas ocasionadas por los temporales, Saint-Just subió a la tribuna para presentar su informe.
«El momento de decir la verdad ha llegado», afirma, y añade: «la Asamblea perecerá si es débil».
El presidente Collot no le dio la palabra —«Protesto; mis enemigos pretenden abusar de la Convención Nacional», dijo Robespierre—[63] y se la concedió a Tallien, quien se dedicó a fustigar al «nuevo Cromwell», al «nuevo Catilina» —estereotipos que serán desarrollados por la posterior propaganda termidoriana—,[64] y propuso que la Convención permaneciera en sesión «hasta que la espada de la ley haya asegurado la revolución».
[64] Durante su intervención Tallien había sacado una daga mostrándose dispuesto a «abatir al tirano» si la Convención no aplicaba «la justicia que merecen las sabandijas».
Prodiga a los miembros que han hablado contra él los epítetos de bandidos, cobardes e hipócritas».
El hermano de éste, Augustin Robespierre pidió entonces ser detenido también e increpó al presidente: «¿Con qué derecho, presidente, proteges a los asesinos?» —según otras versiones fue Maximilien Robespierre el que gritó la frase cuando de nuevo se le impidió tomar la palabra—.
A lo que Robespierre respondió «Os ha mentido», pero de nuevo no le dejaron defenderse.
Poco antes se había redactado, a iniciativa de Payan, una «Proclama al Pueblo» que decía:[74]
Sólo cuando recibió la petición firmada por los dos Robespierre y Saint-Just aceptó ser llevado al Hôtel-de-Ville.
Couthon siguió resistiéndose a abandonar la prisión de La Bourbe para no ser declarado hors la loi, hasta que recibió un billet firmado por Robespierre, su hermano Augustin y Saint-Just en el que le decían:[79] Pero el Comité de Ejecución, al que desde las once se había incorporado Robespierre, seguía discutiendo las medidas a tomar y no ordenó iniciar la insurrección.
Robespierre vaciló y finalmente dijo que se escribiera «en nombre del pueblo francés».
Como ha señalado David Andress, «el legalismo volvió así a alzar la cabeza», lo que constituyó la causa fundamental de la indecisión de Robespierre para iniciar la insurrección y que acabará llevándole a la ruina.
Robespierre quedó muy malherido ya que la bala le había destrozado la mandíbula, los dientes y la mejilla izquierda.
[87] Como todos los detenidos habían sido declarados hors la loi, no se celebró ningún juicio contra ellos, ni siquiera siguiendo la fórmula sumarísima establecida en la Ley del 22 de pradial.
«La muchedumbre es densa en este decadi de julio, chanzas e injurias acompañan al cortejo», escribe Brunel —una mujer se acercó a la carreta donde iba un agonizante Robespierre y le gritó: «¡Vete, malhechor!
«Tras subir a duras penas los peldaños del cadalso con la cabeza envuelta en un vendaje ensangrentado y mugriento, … el verdugo le arrancó el vendaje; la mandíbula inferior se le desencajó provocando un horrendo grito de dolor».
[92] A veces, las pruebas utilizadas para condenarlos eran tan banales como «haber lanzado improperios hacia un cantante que entonaba una tonada contra Robespierre».
[95] Collot d'Herbois hizo la primera racionalización del acontecimiento en su intervención en la Convención inmediatamente después de la detención de Robespierre: se había evitado la tiranía y «nunca, nunca el pueblo francés tendrá un tirano».
Le siguió Barère en el informe del 10 de Termidor presentado ante la Convención, cuando Robespierre y sus «cómplices» aún no habían sido ejecutados.
Fréron había sido alumno del mismo Liceo al que había asistido Robespierre, aunque no fueron a la misma clase porque era cuatro años mayor que él, pero dijo recordar muy bien aquellos años: «Era como le conocimos siempre: triste, repugnante, taciturno, envidioso del éxito de sus compañeros.
La fábula aún iba más lejos cuando en algunos impresos se afirmó que Robespierre pretendía casarse con la hija de Luis XVI, prisionera en el Temple.