Durante la Edad Media, eran comunes estas creencias entre la población y se utilizaba a las brujas como cabeza de turco de todas las calamidades, o para marginar, encarcelar e incluso ejecutar a las personas, sobre todo mujeres, que no encajaban en el orden social establecido.Hoy en día, las creencias sobre brujas han perdido protagonismo entre la población en general, y mucha gente suele ver la bruja como un personaje popular entrañable, que aparece en los cuentos infantiles o en actos relacionados con las fiestas populares, como el Aquelarre de Cervera.Se encargaba a un profesional cazador de brujas que determinara si una persona lo era o no.Se trataba, sobre todo, de persecuciones promovidas por personas del pueblo, ante las cuales a menudo la Santa Inquisición tuvo que intervenir para garantizar, en muchos casos, un proceso justo.[3] La represión comenzó a menguar tan de repente como se inició alrededor del año 1622, aunque todavía hubo algunas oleadas represivas entre los años 1626 y 1627.En cambio, puede ser difícil de creer que las brujas hicieran pactos con el demonio, se transformaran en animales o volaran.Se reunían en juntas o encuentros, realizaban el ritual de iniciación y pasaban así a ser brujas para cumplir los juramentos: renegar de la fe cristiana y hacer todo el mal posible.Los más temidos por la población eran los relacionados con los fenómenos meteorológicos: provocar granizadas, fuertes lluvias, heladas, niebla.Cuando a una comunidad llegaba un personaje desconocido todo el mundo suponía lo que era, por lo tanto la gente callaba y se apartaba de ellos.En los interrogatorios, Tarragó confesó que, por sus denuncias, habían sido condenadas a la horca y ejecutadas doce mujeres.