Beata era la denominación que, en la Monarquía Hispánica del Antiguo Régimen, se daba a ciertas mujeres piadosas que vivían apartadas del mundo, o bien solas, o bien en beaterios,[1] pequeñas comunidades vinculadas en ocasiones a la tercera orden franciscana o a la orden dominica.
El término, en el contexto de la sociedad tradicional, se aplicaba de forma extendida a cualquier mujer notable por su devoción y frecuentación de las iglesias; incluso a las que llevaban hábito religioso aun sin pertenecer a ninguna comunidad religiosa.
También a las monjas que realizaban alguna función para su comunidad, como pedir limosna.
Según Joseph Pérez, "sus arrebatos y sus revelaciones son la admiración de todos: cuando comulga, ve a Jesús en la hostia; se imagina a sí misma con un anillo al dedo, símbolo de su matrimonio místico con Jesús.
Su prestigio alcanza tal nivel que la visita el inquisidor general Alonso Manrique, la emperatriz Isabel de Portugal le envía su retrato y cuando nace su hijo, el futuro Felipe II, se depositan en su cuna las ropas que había llevado la monja.
Otro caso fue el protagonizado por un cura de Jaén llamado Gaspar Lucas, quien comprobaba personalmente si sus penitentes eran vírgenes, y a las que decía cuando se acostaba con ellas que era el mejor medio de alcanzar la santidad.
Esta religiosa fue famosa en su época porque presuntamente era capaz de sanar enfermos traspasando a su persona los males y enfermedades que les aquejaban, de manera similar a los chamanes en otras culturas.