A los doce años quedó ciega, y pasó a vivir los cuatro años siguientes con su propio confesor, con el que dormía todas las noches para «quitarle el frío».
El proceso inquisitorial contra la beata Dolores se inició por acusaciones de «proposiciones, iludente, ilusa y fingidora de revelaciones, revocante, negativa y pertinaz».
Según Marcelino Menéndez Pelayo y José María Montero de Espinosa, que se apoyan en documentos de difícil lectura, se encontró que había incurrido en las herejías del molinismo y del movimiento de los flagelantes.
«Hubo que amordazar a la beata para que no blasfemase y el P. Vega (Teodomiro Díaz de la Vega) llegó a amenazarla con el crucifijo».
El teniente primero del Asistente, representante de la justicia Real, Para evitar ser quemada viva, pidió confesarse, lo que se le concedió.