A pesar de la gran superioridad numérica, la ofensiva fue rechazada y puesta en fuga.
Falstolf detuvo el convoy a ros al sur des en la circunferencia formada por los carros: sabiendo que los enemigos lo superaban en una proporción de 3 a 1, el comandante inglés defendió cada entrada al círculo con grandes grupos de arqueros y estacas aguzadas.
Esta última práctica ya había dado a los ingleses soberbios resultados en Agincourt, demostrando ser completamente impenetrable para las cargas de caballería.
Ordenó que sus tropas permanecieran montadas, con excepción de los artilleros y los ballesteros.
Una carga de los caballeros ingleses montados parecía desaconsejable (debido a la desproporción numérica), ya que en la primera línea enemiga se encontraban los duros y aguerridos guerreros escoceses, aliados del ejército francés.
Viendo caer a sus aliados, Clermont tuvo que tomar una decisión heroica.
Mientras las tropas francesas se retiraban en desorden, dejando el campo de batalla cubierto de muertos y heridos, el comandante inglés envió a sus pocos caballeros montados en persecución del enemigo.
Esta batalla, como las otras mencionadas, demostró la enorme diferencia entre el ejército inglés (profesional, disciplinado, bien equipado y conducido por jefes competentes) en relación con su similar francés, desorganizado e inclinado a la acción inconsulta e individual.