Tras derrotar a las fuerzas restauradoras del general Gamarra en la batalla de Yanacocha, Santa Cruz entró al Cusco y se detuvo allí para reorganizar su ejército.
El ejército peruano ascendía a 1.893 hombres y el de Santa Cruz a 2200 sin contar 700 de la división al mando del general peruano Anselmo Quiroz que arribó al campo cuando la batalla ya había concluido.
Los restauradores en este momento cruzaban un campo sembrado de maíz atravesado por muchos muros y tapias.
La caballería fugitiva formó en el valle Tambo y emprendió la retirada por la costa en dirección al Norte.
El coronel Solar que venía a la cabeza se quedó dormido sobre la silla y fue hecho prisionero.
El coronel Mendiburu la reconoció; pero siguió avanzando hasta que estuvo delante del General.
Producida la derrota, Salaverry y tres coroneles más, se dirigieron a Islay por distinto camino.
Cuando Miller tuvo noticias de estos hechos mandó comunicarles el arreglo que había hecho con Mendiburu, y conforme a las condiciones del mismo se sometieron Salaverry y los oficiales que le acompañaban.
Salaverry tuvo que ver la muerte de sus compañeros y protestó contra estos asesinatos.
En su testamento dejó por heredera universal a su esposa, y fue su voluntad que se le enterrase en el Panteón de Lima.
Años más tarde cuando el biógrafo Manuel Bilbao preparaba su segunda edición de la Historia del General Salaverry, entrevistó a Santa Cruz, que se encontraba desterrado en Versalles quien confesó su error y manifestó gran sentimiento por la manera como había procedido con Salaverry.