Peor aún, Procopio no pudo unirse a su ejército, debido a la traición de Arshak II, rey cristiano de Armenia, que debía secundar los movimientos del contingente del norte.
Varios de los escritores cristianos que relataron los eventos, así como el historiador Amiano Marcelino (libros 23-25), atribuyeron a esta decisión los desastres subsiguientes.
Según Edward Gibbon,[8] las provisiones que la flota podía proporcionar eran, en cualquier caso, insuficientes, y Juliano esperaba que las provincias interiores más fértiles de Persia le dieran a su ejército un amplio suministro de comida y forraje.
Un gran cuerpo de caballería y elefantes cayó entonces en el centro del ala izquierda romana, comandada por Anatolio.
Consiguió levantarles la moral y repeler el ataque principal del enemigo de la izquierda, pero su guardia personal se dispersó durante los combates y Juliano fue atravesado en el costado por una lanza, que penetró en su hígado.
[16] Lo más probable es que la lanza fuera arrojada por un auxiliar sarraceno (lájmidas) al servicio persa, como concluyó su médico Oribasio.
[18] Según el punto de vista, los romanos podrían ser llamados victoriosos,[19] o se podría decir que fueron derrotados por las fuerzas persas,[1] Juliano murió de su herida a medianoche, en su tienda con sus oficiales a su alrededor.
La pérdida de la elaborada cadena de fortificaciones fundada por Diocleciano obstaculizó severamente el sistema defensivo del imperio en el este y les dio a los persas una ventaja definitiva en sus enfrentamientos posteriores con los romanos.