Tras integrarse en dicho cuerpo, ascendió en 363 al puesto que había ocupado su padre.
Acompañó ese mismo año como capitán al emperador Juliano en su desastrosa campaña persa contra Sapor II.
Joviano continuó inmediatamente la retirada comenzada por Juliano, y, acosado continuamente por los persas, tuvo éxito en alcanzar las riberas del Tigris, en donde Joviano, en el territorio interior profundo persa, fue forzado a demandar un tratado de paz en términos humillantemente desfavorables.
A cambio de seguridad en su retirada a territorio romano, aceptó renunciar a las cinco provincias romanas conquistadas por Galerio en 298, al este del Tigris, y que Diocleciano había anexionado y permitir que los persas ocuparan las fortalezas de Nísibis, Castra Maurorum y Singara.
Joviano tuvo un gran respeto por Atanasio, a quien reinstaló en la sede archiepiscopal,[2] favoreciéndolo para elaborar una declaración de la fe católica.