Pero, al mismo tiempo, surgen grandes regiones de especialización vitivinícola, en el valle del Duero, en La Rioja y en Andalucía, sobre todo.
Lo cierto es que muchos pudientes se dedicaron a la ganadería ovina, que era muy rentable, tanto para ellos como para los reyes, y esto ocurría desde el siglo XIII; pero, en el siglo XIV, la despoblación provocada por las crisis propició la transformación de tierras de labor en pastizales.
El rey concedió numerosos privilegios a los nobles ganaderos en detrimento de los agricultores del pueblo llano.
Castilla se convirtió en un país sin industria, dominado por una aristocracia rural y dependiente del exterior en todos los productos manufacturados.
Además, la Corona de Aragón contaba con un Imperio en el Mediterráneo que le permitía acceder a las rutas comerciales con Oriente.
En realidad este fenómeno también es común a toda Europa occidental (en Francia se llaman villages désertés; en Alemania, wüstungen (en la wiki alemana); en Inglaterra, lost villages (en la wiki inglesa),...); y su culmen tuvo lugar a finales del siglo XIV y principios del siglo XV.
Los despoblados no siempre pueden asociarse a la peste, pero lo seguro es que esta fue un factor importante, junto con las hambrunas y los malos usos señoriales.
Hay un ambiente general muy tenso, los grupos sociales toman conciencia de su identidad y luchan encarnizadamente entre sí.
Curiosamente, ambas concepciones, eso sí, más meditadas teológicamente (la del arrepentimiento y la que desconfía de la Iglesia), acaban uniéndose en la futura Reforma Luterana.
Los judeoconversos —en cambio— seguían con sus mismas actividades (odiadas o temidas por los cristianos de "sangre limpia"), conservaron sus riquezas y mejoraron su posición social.
Se trataba de mantener una monarquía que asegurase el orden social, pero débil, para poder ser dominada por una nobleza fuerte.
Poco antes, en 1351, en las cortes de Valladolid se reclamó su conversión general en solariego, dado que provocaban muchos conflictos.
Estos burgueses adinerados se unían a la nobleza para medrar, actuando en contra el pueblo llano, es decir, "las gentes del Común".
Pero, como no tenían oficio reconocido formaban un grupo de asalariados cuasi marginado llamado "Gente menuda".
[17] Incluso el reino nazarí de Granada sufrió estas rivalidades: zegríes contra abencerrajes, divididos en diferentes bandos, se enfrentaban en luchas fratricidas.
El rey topó con innumerables dificultades, entre ellas, continuas sublevaciones nobiliarias que pudo dominar a la vez con energía y diplomacia.
Así, Juan I pudo volver a la política de recuperación interior y consolidación del poder regio iniciada por su padre.
De nuevo una muerte accidental prematura del soberano hace que Enrique III sea coronado a los once años.
Sin embargo, esto tuvo un precio, Enrique III tuvo que apoyarse continuamente en su tío Fernando de Antequera, que acabó convirtiéndose el hombre más poderoso de Castilla y en alguien imprescindible para el monarca: en 1406, Enrique III enfermó y Fernando se hizo cargo del gobierno.
Aquel fue acusado por el asesinato de Alonso Pérez Vivero (contador mayor del rey) y condenado a muerte.
Pero ella, que tenía muy clara la idea de la monarquía, se negó, porque eso hubiera supuesto convertirse, como lo hizo su difunto hermano Alfonso, en una marioneta.
Los sublevados formaron la llamada Unión aragonesa que no pudo ser derrototada (tras varios vaivenes militares) hasta la Batalla de Épila (1348).
En esta época muchos campesinos se dieron cuenta de su situación, los remensas, y al tomar conciencia comenzaron a organizarse con las consecuencias arriba expuestas.
Sin embargo, como se ha visto, el nuevo rey Fernando I de Aragón, no renunció a la regencia que ejercía en Castilla.
Al decidirse, en el Concilio de Constanza, la destitución del papa Luna, Benedicto XIII, Fernando le abandonó sin miramientos (1416).
En Cataluña, Juan II se procuró el apoyo de remensas y buscaires, así como muchos nobles disidentes.
Años más tarde, en 1512, Fernando el Católico lo anexionó a la Corona de Castilla respetando sus fueros e instituciones propias.
[28] Durante el reinado de Alfonso IV (1325-1357) hubo una guerra con Castilla (1336-1338), aunque poco después, en 1340, los reyes castellano y portugués lucharon juntos para derrotar a los benimerines musulmanes en la batalla del Salado.
«La realeza del Maestre y la independencia portuguesa fueron a partir de aquel momento hechos irreversibles», concluye José Hermano Saraiva.
Entre unos y otros se anudaron entonces tantas relaciones que era imposible su subsistencia en la forma política consagrada en el siglo XII.