Está relacionado preferentemente con la aparición del efecto de punzonamiento, de forma que el esfuerzo cortante máximo no se produce en la superficie, sino justo por debajo, provocando el seccionamiento del material desconchado.
Cuando estas burbujas colapsan, una alta presión localizada puede causar desconchado en las superficies adyacentes.
Cuando la presión se reduce rápidamente, la rápida expansión de la roca provoca una gran tensión superficial y desprendimientos en su superficie.
Las sales disueltas en agua se infiltran a través del material y cristalizan en su interior cerca de la superficie a medida que el agua se evapora.
Teóricamente, los materiales de construcción porosos pueden protegerse contra el desprendimiento generado por las sales mediante el tratamiento con selladores penetrantes que son hidrófobos (repelentes al agua) si penetran lo suficientemente profundo como para mantener el agua con sales disueltas lejos de la superficie.
Las chimeneas muestran daños por astillado antes que otras partes de los edificios precisamente porque están más expuestas a los elementos como la lluvia, la suciedad y los cambios de temperatura.
Aunque no son solubles ni permeables, estos productos no se adhieren a la superficie del material original para formar una barrera contra la corrosión, como sucede con aquellas sustancias cuyos compuestos generan un efecto de pasivación.
Sin embargo, el peligro principal surge del carácter pirofórico de los metales actínidos que pueden incendiarse espontáneamente cuando su superficie específica es alta.
Esta propiedad, junto con la toxicidad inherente y junto con la radiactividad de estos elementos (aunque en algunos casos, de baja intensidad), los hace peligrosos para manejar en forma metálica en contacto con el aire.
Hay dos factores principales que pueden generar la rotura del hormigón refractario: la tensión térmica provocada por el calentamiento rápido y las presiones internas debidas a la eliminación del agua.