En 1914 ocupó la Presidencia de la Confederación y al mismo tiempo asumió la dirección del Departamento Político, como era costumbre en aquella época.
En 1917, quedó expuesto cuando intentaba negociar una paz separada entre el Imperio alemán y el gobierno provisional ruso en el frente oriental junto con el político socialista Robert Grimm.
El denominado incidente Grimm-Hoffmann provocó un escándalo internacional y le obligó a presentar inmediatamente su dimisión.
[2] Arthur Hoffmann, al que se describe como introvertido y testarudo, vivió su juventud en un entorno acomodado de clase media-alta y se graduó en la escuela cantonal de San Galo.
[3] Aunque en un principio aspiraba a ser pastor reformado, su padre le influyó para que se matriculara en la carrera de Derecho.
Aquel mismo año se incorporó al bufete de su padre y comenzó a ejercer la abogacía.
Fue elegido miembro del Gran Consejo en 1886, año en que su padre presidió este órgano.
[6] La muerte en el cargo de Ernst Brenner dejó un escaño vacante en el Consejo Federal.
El candidato más destacado para sucederle era Hoffmann, una figura muy apreciada en todos los sectores políticos.
[7] Hasta la fecha, ningún otro consejero federal ha sido elegido con un mejor resultado.
Su biógrafo, Paul Widmer, escribe que «nadie le hacía sombra», aunque sí chocó en varias ocasiones con Edmund Schulthess, cuyo afán de notoriedad era también considerable.
En septiembre de 1912, acompañó al emperador alemán Guillermo II en unas maniobras imperiales en Toggenburg.
El candidato más firme para el puesto era Theophil Sprecher von Bernegg, aunque entre bastidores Hoffmann impulsó el nombramiento de Ulrich Wille, un perfil muy controvertido, sobre todo en la Suiza francófona e italiana y en las filas socialistas, debido a su simpatía abierta por el Imperio alemán, su intransigencia en cuestiones disciplinarias y su concepción autoritaria del Estado.
Aquel mismo día, el Parlamento otorgó plenos poderes al Consejo Federal, que ampliaron notablemente las competencias de Hoffmann en política exterior.
Durante la guerra, Hoffmann aplicó dos estilos diferentes de política exterior.
Por otro lado, movido por la ambición personal y el afán de hacerse un nombre como pacificador a escala internacional, también practicó la diplomacia secreta sin informar nunca de ello a sus colegas del Consejo Federal.
Actuaba por su cuenta en determinados asuntos, informaba inadecuadamente, con retraso o incluso no informaba a los demás consejeros federales, y no respondía a las propuestas que estos formulaban en las reuniones del Gobierno.
[12] Hoffmann compartía esta voluntad, aunque por otra razón: estaba convencido de que Suiza tenía un «derecho de necesidad para la paz» y que, por tanto, tenía derecho a promover la paz en cualquier caso.