El libro se atribuye tradicionalmente a Juan el Apóstol,[1][2] pero la identidad precisa del autor sigue siendo un punto de debate académico.
[8] Ezequiel 43:2, «la Tierra resplandecía con la gloria del Dios de Israel» se traduce aquí bastante más literalmente que en la Septuaginta.
De forma similar a Pompeya, una ciudad es destruida por el fuego en una hora, con los barcos en puerto sólo pudiendo observar horrorizados.
[6] Se describe la caída de Roma usando un lenguaje profético que anticipa el futuro como si ya hubiera ocurrido.
Entre los pecados que llevaron a su ruina destaca el lujo desmedido, que ilustra cómo el consumismo y la codicia conducen a la degradación y autodestrucción de las sociedades, un fenómeno visible tanto en la historia como en la actualidad.