Antonio Cillóniz

[3]​ Su otro bisabuelo materno, Karl Roose, fue un emigrante alemán nacido en la Baja Sajonia, cerca de Hamburgo.

Su abuela, Julia Oberti Espinosa era hija de un emigrante genovés, que había llegado a Lima en la segunda mitad del siglo XIX.

Cillóniz pertenece, por lo tanto, por su nacimiento a la oligarquía peruana, que posteriormente ha cuestionado apostando por la justicia social y la reivindicación de la igualdad entre todos.

Pero paralelamente hubo una minoría de poetas independientes, como afirmase Antonio Cornejo Polar: "son pocos los poetas del 70 que no se inscriben explícita o tácitamente dentro de algún grupo: tal vez Antonio Cillóniz (1944), José Watanabe (1946) o Abelardo Sánchez León (1947), que paradójicamente se cuentan entre los poetas más importantes de este momento, conservan su independencia".

Con Fardo funerario, incluido en Los dominios (Lima, 1975), Cillóniz incorpora a su poética procedimientos vanguardistas, que no utiliza de modo arbitrario, sino sometidos siempre a los contenidos de los poemas como una necesidad expresiva.

Sin embargo, hay dos características comunes a toda la producción poética de Cillóniz y que diversos críticos han reseñado en bastantes ocasiones: la primera es el carácter singular o atípico de la obra de Antonio Cillóniz dentro del panorama lírico hispanoamericano (esto es, lo que la crítica calificaba en él como marginalidad o insularidad, tal vez debida a su exilio[11]​) y la segunda el profundo sentido ético (esto es, de compromiso humano y social) en toda su poesía.

Será en esta obra donde se integren las características que asomaban en los tres poemarios anteriores y donde aparezcan por vez primera sus experiencias políticas durante el proceso revolucionario peruano.

Máscara de dolor y gozo Su obra ha sido traducida al árabe, italiano, francés e inglés.

Antonio Cillóniz”, cita de un poema que pertenece al primer libro del poeta Antonio Cillóniz, Verso vulgar, y que Arturo Corcuera leyó al escultor Víctor Delfín quien reproduce fielmente los últimos versos del poema, que termina mencionando a los amantes como “estatuas yacentes”.

Antonio Cillóniz de la Guerra