No tardaría en actuar junto a mitos como Pastora Imperio, La Fornarina o la propia Mata Hari.
Creciendo en el arte, París acabaría por abrirle las puertas de la Ópera y lanzarla al capítulo del reconocimiento internacional.
Tenía una belleza frágil, estilizada, que no encajaba con la estética de la época: mujeres rollizas aprisionadas en restallantes corsés.
Sin embargo, en aquellos frívolos escenarios, el donaire y el empaque con que salía a escena Antonia llamaba la atención de un público heterogéneo, en su mayoría ajeno al arte.
Había en ella otro reclamo: sus castañuelas, con sonidos extraídos de su arte peculiar, virtuosismo no superado por nadie, según Vicente Escudero.
Allí, Antonia Mercé actuó en sucesivas temporadas, interpretando números mixtos, en los que destacaba el baile.
Los artistas amenizaban los intermedios de las películas mientras el operador cambiaba el rollo, dividido, por la regular, en episodios.
Antonia actuó, en Barcelona, y otras ciudades, en estas improvisadas salas de espectáculo.
Curiosamente, su futuro compañero artístico Vicente Escudero, evocaría sus actuaciones en las barracas de cine Sanchís, en Gijón.
El acontecimiento dio lugar a que el empresario del teatro Romea organizase semanalmente los Jueves de Argentina.
Cuando Antonia Mercé volvió a Barcelona en enero de 1934, era ya una figura consagrada en París y en los grandes escenarios del mundo.
En Barcelona se había creado gran expectación en torno a la presentación de la artista, prácticamente inédita para el público barcelonés.
El programa lo integraban composiciones de Falla, Albéniz, Granados, Turina, Halffter, Durán, Valverde... la música moderna española entroncada con la mejor tradición europea.
En una entrevista declaró: Antonia Mercé devolvió el estilo de sus orígenes a bailes como el fandango, la seguidilla, el bolero, que interpretaban con escuela las damas de la Corte, en El Escorial y, con intuición las gentes del pueblo.
Se había ido degenerando en los escenarios de varietés, con una gesticulación inarticulada y vulgar.
La artista mostró al mundo entero la quintaesencia del folklore español, imagen genuina de un pueblo.
Dedicó años a estudiar los ritos gitanos para la coreografía de El amor brujo.
El escultor José Clara plasmó el esplendor del ritmo, movimiento y gracia de su arte indiscutible.
[17] En 1927, en París, el escultor, para el que había posado frecuentemente Isadora Duncan, empezó a tomar notas de los bailes de la Argentina; algún dibujo como el que representa Tango, a ella dedicado, está fechado en 1929.
En 1915, la compañía de La Argentina salió rumbo a América, donde permanecería durante tres años, en una larga gira que abrió en Buenos Aires, su ciudad natal, continuando luego por toda Suramérica.
Ya se conoce por varios escritos y por el vídeo dedicado a ella, cómo fueron los últimos momentos de su vida.
Unas horas antes había estado en San Sebastián con el padre Donostia donde un festival con danzas vascas se celebraba en su honor.
En su tiempo París era el sitio ideal para tales adoraciones, y en los más importantes atelliers la mimaron confeccionándole sus ropas de baile, muchas veces gratis, entendiendo como un privilegio, publicitario o no, que la gran Argentina usara sus exquisitos productos de costura artesanal.
Mirados desde hoy, sus trajes no son una cosa muerta y empolvada sino una lección tan válida como sólo es capaz de ser lo inmortal.
Federico García Lorca le dedicó su poema en prosa Elogio a Antonia Mercé, La Argentina donde pueden leerse definiciones como esta: "Una bailarina española, o un cantaor, o un torero, inventan; no resucitan, crean.