Se llamaba altamía al recipiente sin asas, especie de taza o cuenco pequeño, usado para beber y comer,[2] y documentado desde fines del siglo XIII hasta el siglo XVIII.
[5][6] Como «antamillas» aparecen citadas en testamentos e inventarios montañeses de inicios del siglo XVIII.
En una edición abreviada del Diccionario de la Real Academia Española de 1822, publicada en París en 1826, se define como ‘taza en la que se servía la comida’.
[9] El filólogo Martín Alonso Pedraz menciona a J. de Aviñón cuando en su Sevillana Medicina escribe esta receta: «Beba cada mañana por nueve días una altamía de este caldo».
[10] Ya en el campo de la arqueología contemporánea, Olatz Villanueva, en su estudio sobre la alfarería en el Valladolid Bajomedieval, documenta como altamías piezas que emparenta con la jofaina andalusí o los cuencos de diversos repertorios cerámicos.